El lugar en donde podía disgregar toda su
frialdad y encarar a la par sus preocupaciones; en donde lograba besar los
tonos del poderío de la libertad, era como siempre en soledad, a solas. La piel
se le había de nuevo conjugado a su esplendor; las heridas mutiladas eran sólo
líneas acariciadas por el honor. Tras la secuencia de una recolecta de
meditaciones había llegado al desenlace, al saber de que su persuasión no podía
seguir austera, menos revocada. Tiempo ya agotado de ser coherente, oh tantos
días de desolada derrota tenue, no de
orgullo, sino de un silencioso y embellecido enojo, y nunca empobrecido de vencimiento,
no. Había dejado la brújula del frondoso árbol detrás del recipiente de basura,
intentando así administrar su realidad en finos decálogos. Trozos en el
retrete; fragmentos en el lavabo; grandes fracciones en las sábanas, en esas
sus arrugas finas o bien, tan vivamente marcadas. Sin ser esto suficiente, cotidiana
e inconscientemente crucificada restablecía el reconocimiento del cuarto; de
una casa, del perfecto habitad para el poeta; se enmendaba en las paredes,
fanática e inconscientemente encontrando así y ahí, salvación en equilibrio.
Yacían en esas paredes las infinitudes de una vida real, una un tanto
accidentada, una cantidad por moldear. Por fin nuevas aldeas grandes en
colinas. La honestidad había enmendado las numerosas migas que las falsedades
habían causado en la estructura de algunos fundamentales pensamientos; las pudo
limpiar haciéndose así un magister del gran oficio de alfarero. Había perdido
la costumbre de continuar, lo que le parecía peor, la de empezar. Antes, en
pasados años, rastreaba en sus sensaciones y honestidades algunas brújulas con
la intención de dar directriz a liviandades alargadas, convirtiéndolas un poco
en alegrías. Combatía, restauraba pariendo dolores convirtiéndolos así, en
metafísica pura. Al presente, a él correspondía encaminarse, pese a sus
sensibilidades transgredidas, evaporizadas y distorsionadas. La vida de adulto
le venía bien, a pesar de sus flaquezas lloraba a pedazos, a fuentes como
sugería Girondo; entre desalientos y en grandes espacios buscados en retiro:
ese su vertiginoso espacio en catarsis. Abandono salvo, salvo abandono. Deducía
en cotidiana ternura; ordenaba con sepultada humildad y sangraba en seguidas
ocasiones, cuando caía de humana. De esqueleto, de carne, de muerte;
Jeanloup Sieff, Dune du
Pilat, France, 1973. Foto publicada en el muro de facebook de VLM.
Pura poesía, Diana, sin verso, pero poesía. Es mi primera lectura de un escrito tuyo este 2013. Y ha sido un agradable reencuentro. Nunca decepcionas.
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