martes, 18 de diciembre de 2012

El cuarto de un poeta.





El lugar en donde podía disgregar toda su frialdad y encarar a la par sus preocupaciones; en donde lograba besar los tonos del poderío de la libertad, era como siempre en soledad, a solas. La piel se le había de nuevo conjugado a su esplendor; las heridas mutiladas eran sólo líneas acariciadas por el honor. Tras la secuencia de una recolecta de meditaciones había llegado al desenlace, al saber de que su persuasión no podía seguir austera, menos revocada. Tiempo ya agotado de ser coherente, oh tantos días de desolada derrota tenue,  no de orgullo, sino de un silencioso y embellecido enojo, y nunca empobrecido de vencimiento, no. Había dejado la brújula del frondoso árbol detrás del recipiente de basura, intentando así administrar su realidad en finos decálogos. Trozos en el retrete; fragmentos en el lavabo; grandes fracciones en las sábanas, en esas sus arrugas finas o bien, tan vivamente marcadas. Sin ser esto suficiente, cotidiana e inconscientemente crucificada restablecía el reconocimiento del cuarto; de una casa, del perfecto habitad para el poeta; se enmendaba en las paredes, fanática e inconscientemente encontrando así y ahí, salvación en equilibrio. Yacían en esas paredes las infinitudes de una vida real, una un tanto accidentada, una cantidad por moldear. Por fin nuevas aldeas grandes en colinas. La honestidad había enmendado las numerosas migas que las falsedades habían causado en la estructura de algunos fundamentales pensamientos; las pudo limpiar haciéndose así un magister del gran oficio de alfarero. Había perdido la costumbre de continuar, lo que le parecía peor, la de empezar. Antes, en pasados años, rastreaba en sus sensaciones y honestidades algunas brújulas con la intención de dar directriz a liviandades alargadas, convirtiéndolas un poco en alegrías. Combatía, restauraba pariendo dolores convirtiéndolos así, en metafísica pura. Al presente, a él correspondía encaminarse, pese a sus sensibilidades transgredidas, evaporizadas y distorsionadas. La vida de adulto le venía bien, a pesar de sus flaquezas lloraba a pedazos, a fuentes como sugería Girondo; entre desalientos y en grandes espacios buscados en retiro: ese su vertiginoso espacio en catarsis. Abandono salvo, salvo abandono. Deducía en cotidiana ternura; ordenaba con sepultada humildad y sangraba en seguidas ocasiones, cuando caía de humana. De esqueleto, de carne, de muerte;  

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Jeanloup Sieff, Dune du Pilat, France, 1973. Foto publicada en el muro de facebook de VLM.

1 comentario:

  1. Pura poesía, Diana, sin verso, pero poesía. Es mi primera lectura de un escrito tuyo este 2013. Y ha sido un agradable reencuentro. Nunca decepcionas.

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