Aliento a pinos
poetizados por la lluvia, su aliento era así para ella. No sólo la mano que
postrada suavemente a su cuello la acercaba tanto a él; algunas veces, no sabía
que la enloquecía más si ese docto brazo ahí, o la fuerza del otro, que la
encajaba tan certeramente a él. Ambos brazos, ambos troncos amados. Había
aprendido a conocerle por esas caricias más que sus palabras o actos. Los tan
mencionados pequeños detalles: la cama perfectamente vestida y acomodada como
si fuese una almohada elegante y perfumada. El mantener en la cocina o en la
heladera, platillos frescos y con potentes fuentes de vitamina. El modo que le
acariciaba el cabello; la mirada que amablemente le regalaba al perro. Era
difícil imaginar que pudiera tener otra vida enroscada a su
matrimonio pasado. A pesar de buscar constantemente la aceptación y el apoyo de
su nueva familia no dejaba de actuar, varias mentiras encubiertas ella había
callado. Había por igual algo en él que a ella no le parecía normal. Si la
gente es idiota el mundo funciona al ser uno hijo de puta. Sino basta al
ver al mundo, sólo funciona así. Incluso la gente siempre decide en base a lo
conviene. Aún teniendo éxito, incluso es así como deciden tener hasta hijos.
Sino se es H.de P. uno no progresa. Poéticamente lo decía al limpiar el piso
con soltura y determinación. ¿Sí, diga? Es usted la señora Galindo, para
servirle. He recibido un correo a su nombre diciendo que mi marido vive con
usted. ¿Perdón? Sí, mi marido se fue de casa hace mucho tiempo que para generar
dinero en un nuevo país que porque acá nada podía hacer uno. Mire señorita a
pesar de que sé que mi marido se equivocó al ir como idiota detrás de sus
nalgas, porque no se ofenda, pero una nalga no puede ser nunca mejor que la
mujer de su juventud. O no piensa usted así. Seguro que no señorita, porque al
sólo mencionar yo su nombre, me doy cuenta que contra usted no se puede
competir: parece usted una puta refinada, basta con verle el maquillaje cuidado
que siempre uste usa. Y esos peinaditos tan perfectos. Debe ser usted una
rompe huevos, de esas con corona y todo. Mujer, qué amable. Mire señora,
su marido sigue siendo tan suyo como usted lo desea, nadie es de mi propiedad,
mucho menos un hombre. En esta vida uno se pertenece o no, así de simple y
difícil de lograr. Sin anillos, sin divorcios, sin estereotipos y con plena
confianza le puedo decir a usted que no se preocupe de nada. Su marido hará
como siempre lo que él desea, y eso no está mal, y no porque lo defienda, no es
eso señora, hijo mío por fortuna no es. Lo digo porque al final usted y
él, seguirán haciendo lo que deseen pese a la vida e interacción que tengas
ustedes con otros, aún si es por separado. Yo no peleo a un ser humano
querida, eso restaría credibilidad a un sentido humano que siempre me ha
rescatado de cualquier situación en extremo crítica y por otra parte, la historia
de dos seres no tiene nada que ver conmigo. Sí su marido vive conmigo y a decir
verdad él confirmó que tiene separado de usted ocho años, es en realidad
asunto mío y de él Y como no viví cerca de ustedes, nunca me preocupé por
averiguar la verdad, ni me interesa. Pues la verdad para mí es mucho más que la
inventiva que dos seres hagan, o peleen. Es absurdo. Puede usted hablar con él
libremente, no soy su madre y ya son lo bastante grandes para saber lo que es
normal y anormal. No me agobia, ni me concierne. Un par de insultos y la
conversación se dio por terminada. La vida le parecía una comedia, pero no
digna ni reflexiva, sino altiva: al conocer cómo su madre había rechazado el
honor de ser su madre, y sobre todo de verla transformada en un ser hipnóticamente
idiota. Sus códigos humanos se habían adormecido tanto que parecía carente de
ellos a pesar de su intención ingenua de ayudar obteniendo siempre a cambio
algún permiso para seguir viviendo su aturdida libertad. No era culpa de ella.
Es más hasta tolerancia y simpatía le seguía teniendo. Había desarrollado
entretenidamente una desconfianza ya inhumana y lo mejor de todo eso, era que
sabía hasta donde podía llegar en su desconfianza. Nunca se le escapaba un
gesto inhumano, por el contrario, conocía la balanza que le proporcionaba la
cordura. Por otra parte, sabía de lo que una persona inconforme e infeliz
podría llegar a ser capaz. Había diferencia entre el concepto de H. de P.
y el de vivir aturdidamente por una gran inconsciencia que cegaba cualquier
juicio prudente. Lo que esos dos amores le ofrecían no era una lista de
privilegios certeros. Sino por el contrario, los regalos que estos
desmesuradamente le habían dado a su vida era una lista de tres palabras que
enlistaba y recordaba cada que abría su agenda para trabajar. La organización
se había convertido en una clásica estrategia para seguir considerándose íntegra
ante sí misma. Una de las razones más importantes que había encontrado para
seguir sus estrategias silenciosas de crecimiento era la de saber
interpretarles con distinción y con una tanto de imaginación. Eso siempre le
había aligerado los diversos escenarios de algunas idiotas obras trágicas y
camuflageadas por su vida personal, sobre todo familiar. Ni Edipo, ni incluso
el personaje de Yocasta, ni mucho menos las pasiones existencialistas de Hamlet
la convencieron en su momento de que las relaciones humanas a pesar de tener un
natural fervor de pasión, podrían ser tan destructivas. Es más, había tenido la
clara idea de que lo que más caracterizaba a la naturaleza humana era esa
capacidad natural de entender apropiadamente su libertad, echado a perder en
algunas ocasiones ese derecho natural ya bendecido sin obra ni maestro. Un ser
humano podría ser tan racional y mal intencionado dependiendo de los
estimulantes de vida que este vivía, o generaba. O sea, la vida era inventada,
sí pero poseía uno el derecho de dibujar en ella a ritmo propio, con sangre o
sencillamente con pinturas acrílicas ligeras algunas vertientes de esa comedia
que pudiera ser no sólo una poética versión. La vida para ella era un pincelazo
de Dalí en acuarela: complejo por sí mismo absurdo de entender pero sobre todo,
una fácil y completa presentación de paisajes y sujetos libres y completos,
listos para cualquier mirada humana. Tenía el ser humano un profundad capacidad
de filtrarlo todo: incluso el odio, la desolación; o incluso, al máximo dolor
inhumano, aunque este fuese constante o cotidiano. Nadie era dueño del destino
de otros pese a la aguda maldad de algunos. Pensar en ello era tan incongruente
como el máximo esfuerzo de un ser mezquino. No entendía eso sí, cómo los
humanos podían descuidarse, negarse o
marginarse tanto, como personas o como seres en grupo. Por qué darles a los
demás semejante regalo; por qué exponer la integridad así. Por qué dejar de
tener intimidad con ella misma y tan abiertamente. En horas de sueño el tiempo
de vivir a solas las horas nocturnas; o el simple contraste de hacer algo que
le encantaba sin definir bien los motivos y los alcances de tal fascinación.
Por una parte la serenidad de entender como cuidar el enorme filtro que había
descubierto y por a su vez, conocer la antítesis que todo esto producía. Una
noche dejó una carta así misma antes de emprender un viaje en una barca
pequeña e indefensa diciéndose: ¨ Antes de renunciar un poco a mis sentidos te digo: las palabras son
eternos fonemas de una bastarda. El espejo cae. Ahí me vi obligada a conocerte.
Con derroches de un poco de sangre y rupturas serias; riesgos perturbados para
así conocer o identificar el amor a los que no falsifican sus sueños, o por lo
menos un grado de carisma en ellos. Desde niña me habían dicho que creer en la
libertad como esencia de un ritual cotidiano era un profundo error. Sin
embargo, nadie pudo nunca controlar la elegancia de extender mis brazos como
cuando cuerpo ágil giraba en el cielo para mostrar que la habilidad de
amar era hasta esa fecha, lo más sensato que poseía. Ocupé inmensamente de la
amabilidad y no la veía ni en mi ropa, ni en mi sopa, mucho menos en las
palabras y actos en mis primeros contactos humanos. La encontré en mis manos
encerradas ante las cajas de la especulación. No dejé de matar en lo que no
creía anteponiendo la sonrisa que no dejaba que ahogara aniquilando ni a sus
parientes. La sensatez de un alma que se estructuraba ya sin o en deformación.
Nací de nuevo al no estrangularme al no pegar los trozos de mi ser
ceremoniosamente. El tinte de devoción a la tristeza y tortura dejó un lindo
habitad en mí. Las sonrisas no fueron arranques de simpatía por los demás, sino
en su momento se convirtieron en hazañas finas y propias que anidaban mis
secretos. Hoy que parto de hago esta carta como un detalle de seguimiento. La
misión será poder estrangularme sola para llegar a la perfección de una belleza
tan frágil e inhumana que arrase con la testarudez de mi razón, pero es por
supuesto un viaje que solas debemos hacer, sin justificante ni compañía
alguna.
En vida cotidiana es meramente un ejercicio literario amado y nada "elegante" (dada la lucidez excesiva de grandes autores) que tiene la finalidad de mostrar el arte del "discurso" creativo sin exigencias, y con su libertades. Su realizadora, Diana Rosas Castro, agradece tu visita.
domingo, 25 de noviembre de 2012
Edipa Rey.
Aliento a
pinos poetizados por la lluvia, su aliento era así para ella. No sólo la mano
que postrada suavemente a su cuello la acercaba tanto a él; algunas veces, no
sabía que la enloquecía más si ese docto brazo ahí, o la fuerza del otro, que la
encajaba tan certeramente a él. Ambos brazos, ambos troncos amados. Había
aprendido a conocerle por esas caricias más que sus palabras o actos. Los tan
mencionados pequeños detalles: la cama perfectamente vestida y acomodada como
si fuese una almohada elegante y perfumada. El mantener en la cocina o en la heladera, platillos
frescos y con potentes fuentes de vitamina. El modo que le acariciaba el
cabello; la mirada que amablemente le regalaba al perro. Era difícil imaginar que pudiera tener
otra vida enroscada a su matrimonio
pasado. A pesar de buscar constantemente la aceptación y el apoyo de su nueva
familia no dejaba de actuar, varias mentiras encubiertas ella había callado. Había por igual algo en él que a ella no
le parecía normal. Si la gente es idiota el mundo funciona al ser uno hijo
de puta. Sino basta al ver al mundo,
sólo funciona así. Incluso la gente siempre decide en base a lo conviene. Aún
teniendo éxito, incluso es así como deciden tener hasta hijos. Sino se es H.de
P. uno no progresa. Poéticamente lo decía al limpiar el piso con soltura y
determinación. ¿Sí, diga? Es usted la señora Galindo, para servirle. He
recibido un correo a su nombre diciendo que mi marido vive con usted. ¿Perdón?
Sí, mi marido se fue de casa hace mucho tiempo que para generar dinero en un
nuevo país que porque acá nada podía hacer uno. Mire señorita a pesar de que sé
que mi marido se equivocó al ir como idiota detrás de sus nalgas, porque no se
ofenda pero una nalga no puede ser nunca mejor que la mujer de su juventud. O
no piensa usted así. Seguro que no señorita porque al sólo mencionar yo su nombre
me doy cuenta que contra usted no se puede competir: parece usted una puta
refinada, basta con verle el maquillaje cuidado que siempre usa. Y esos
peinadito tan perfectos. Debe ser usted una rompe huevos, de esas con corona. Hombre que amable. Mire señora, su marido
sigue siendo tan suyo como usted lo desea. En esta vida uno se pertenece o no,
así de simple. Sin anillos, sin divorcios, sin estereotipos y con plena
confianza le puedo decir a usted que no se preocupe de nada. Su marido hará
como siempre lo que él desea, y eso no está mal, y no porque lo defienda no es
eso señora hijo mío no es. Lo sigo porque al final usted y él seguirán haciendo
lo que deseas pese a la vida e interacción que tengas ustedes con otros, aún si
es por separado. Yo no peleo a un ser
humano querida eso restaría credibilidad a sentido humano que siempre me ha
rescatado de cualquier situación en extremo crítica y la historia de dos seres
no tiene nada que ver conmigo. Sí su marido vive conmigo y a decir verdad él
manejó que tiene separado de usted ocho años.
Y como no vivo cerca de ustedes nunca me preocupé por averiguar la
verdad ni me interesa. Puede usted hablar con él libremente, no soy su madre y
ya son lo bastante grandes para saber lo que es normal y anormal. No me agobia,
y por otra parte ni me interesa. Un par insultos y la conversación se dio por
terminada. La vida le parecía una comedia, pero no digna ni reflexiva, una
consternante y altiva: al conocer cómo su madre había rechazado el honor de ser
su madre, y sobre todo de verla transformada en un ser hipnóticamente idiota.
Su códigos humanos se habían adormecido tanto que parecía carente de ellos a
pesar de su intención ingenua de ayudar obteniendo siempre a cambio algún
permiso para seguir viviendo su aturdida libertad. No era culpa de ella. Es más
hasta tolerancia y simpatía le seguía teniendo. Había desarrollado
entretenidamente una desconfianza ya inhumana y lo mejor de todo esto, era que
sabía hasta donde ella podía llegar en su desconfianza. Nunca se le escapaba un
gesto inhumano, por el contrario, conocía la balanza que le proporcionaba la
cordura. Por otra parte, sabía de lo que una persona inconforme e infeliz
podría llegar a ser capaz. Había
diferencia entre el concepto de H. de P. y el de vivir aturdidamente por una
gran inconsciencia que cegaba cualquier juicio sensato. Lo que esos dos amores
le ofrecían no era una lista de privilegios certeros, dinos para conquistarla
fervientemente. Sino por el contrario, los regalos que estos desmesuradamente
le habían dado a su vida era un lista de tres palabras que enlistaba y
recordaba cada abría su agenda para trabajar. La organización se había
convertido en una clásica estrategia para seguir considerándose proba ante sí
misma. Una de las razones más importantes que había encontrado para seguir sus
estrategias silenciosas de crecimiento era la de saber interpretarles con
distinción con una tanto de imaginación. Eso siempre le había aligerado los
diversos escenarios de esas obras trágicas. Ni Edipo, ni incluso el personaje de
Yocasta, ni mucho menos las pasiones existencialistas de Hamlet la convencieron
en su momento de que las relaciones humanas a pesar de tener un fervor natural
de pasión podrían ser tan destructivas. Es más, había tenido la clara idea de
que lo que más caracterizaba a la naturaleza humana era esa capacidad natural
de entender apropiadamente su libertad. Un ser humano podría ser tan racional y
mal intencionado dependiendo de las estimulantes de vida que este vivía,
generaba y consideraba. O sea, la vida era inventada, sí pero poseía uno el
derecho de dibujar en ella a ritmo propio, con sangre o sencillamente con
pinturas acrílicas ligeras. La vida para ella era un pincelazo de Dalí en
acuarela: complejo por sí mismo absurdo de entender pero sobre todo, presentes
para cualquier mirada humana. Tenía el ser humano un profundad capacidad de
filtrarlo todo: incluso el odio, la desolación; o un máximo dolor inhumano.
Nadie era dueño de el destino de otros pese a la aguda maldad de algunos.
Pensar en ello era tan incongruente como el máximo esfuerzo de un ser mezquino.
No entendía eso sí, como los humanos podían descuidarse tanto, como personas o
como seres en grupo. Porque darles a los demás semejante regalo; por qué perder
el tiempo así. Porque dejar de tener intimidad abiertamente. En horas de sueño
el tiempo de vivir a solas las horas nocturnas; o el simple contraste de hacer
algo que le encantaba sin definir bien los motivos y los alcances de tal
fascinación. Por una parte la serenidad de entender como cuidar el enorme
filtro que había descubierto y por a su vez, conocer la antítesis que todo esto
producía. Una noche dejó una carta así misma antes de emprender un viaje en una barca pequeña e
indefensa diciéndose: ¨
Antes de renunciar un poco a mis sentidos te digo: las palabras son eternos
fonemas de una bastarda. El espejo cae y obligada estàs a concerte sobre todo
en silencios melodiosos de quebranto. Ahí me vi obligada a conocerte. Con
derroches de un poco de sangre y rupturas serias; riesgos perturbados para así
conocer o identificar el amor a los que no falsifican sus sueños, o por lo
menos un grado de carisma en ellos. Desde niña me habían dicho que creer en la
libertad como esencia de un ritual cotidiano era un profundo error. Sin
embargo, nadie puedo nunca controlar la elegancia de extender mis brazos como
cuando cuerpo ágil giraba en el cielo
para mostrar que la habilidad de amar era hasta esa fecha, lo más sensato que
poseía. Ocupé inmensamente de la amabilidad y no la veía ni en mi ropa, ni en
mi sopa, mucho menos en las palabras y actos en mis primeros contactos humanos.
La encontré en mis manos encerradas ante las cajas de la especulación. No dejé
de matar en lo que no creía anteponiendo la sonrisa que no dejaba que ahogara
aniquilando ni a sus parientes. La sensatez de un alma que se estructuraba ya
sin o en deformación. Nací de nuevo al no estrangularme al no pegar los trozos
de mi ser ceremoniosamente. El tinte de devoción a la tristeza y tortura dejó
un lindo habitad en mí. Las sonrisas no fueron arranques de simpatía por los
demás, sino en su momento se convirtieron en hazañas finas y propias que
anidaban mis secretos. Hoy que parto de
hago esta carta como un detalle de seguimiento. La misión será poder estrangularme
sola para llegar a la perfección de una belleza tan frágil e inhumana que
arrase con la testarudez de mi razón, pero es por supuesto un viaje que solas
debemos hacer, sin justificante ni compañía alguna.
viernes, 23 de noviembre de 2012
Clips en su cabello (desvistiéndose).
Hacerles
creer (a los novios) que a pesar de sus rarezas prejuiciosas (Lo único que sabes hacer es abrir las
piernas. Sólo usas ropa de Walmart, ropa sin clase; plana; no eres en realidad
tan linda, eres exótica. Siempre andas en la luna. Estás loca).
En
algún momento tendría la posibilidad de hacerles notar la impertinencia de sus
insultos, haciendo lo que mejor sabía hacer: usando las palabras, en estos
casos, lo magistral radicaba en esperar
siempre por los momentos oportunos. Lo que digan no me devastará. Es más, lo
consideraba un poco divertido. Sabía que la historia; la trayectoria en la vida
era de ella; de un poco de los árboles, de su amor a la vida y de quien merecía
la ciega entrega de su lealtad. Repartía todo esto. A borbotones, con euforia, con
poesía, con serenidad, locura, y por diversas razones. Con el tiempo había
descubierto que tenía derecho a casi todo: a mentir ingenuamente, a coquetearle
a la vida, a enamorarse como adolescente, a recibir en o durante naufragios
amabilidad y sobre todo, tenía derecho a la legalidad de crecer ilimitadamente
con los medios que ella encontrara sorprendentes en su camino y que para su
suerte, nunca dejaban de aparecer.
Había renunciado a ver con tanto romanticismo
sus esperanzas utilizándolas mejor como clips para su cabello. Nadie las
notaba, y era eso de lo que más gustaba. Tener secretos eran motivos de vida,
eran una de sus seducciones predilectas. Le había costado conocer la superior
importancia de estos. Las reservas eran
la fuerza misma de su existencia. En
sus manos, y en el sudor casi de inmensas hiervas encontraba seguridad; un gran
respaldo. Su independencia había estado un poco fracturada por las
involuntarias faltas de atención que en su primer hogar había conocido. Ni aún
con la madurez podía olvidarse del todo de ellas, habían repercutido como un
eco interminable en espacio, fragmentos tan íntimos incluso, hasta de su
sexualidad.
Como
no hacerlo, siendo ella una historia misma. Sus deberes ante la vida
se habían modificado tristemente a temprana edad, de ahí su nostalgia por lo inconcebible
y poético, ridículo, tal ves. Un poco genuino, sí. Era su destino el deberse a
sí misma y para una natural satisfacción, ella lo veía como una aventura más
que digna, era, la única que en realidad había conocido profundamente. No se temía; se reconocía en
todas partes: en los reflejos de las ventanas,
en sus prendas; en sus mascadas; en su maquillaje. Entre prisas; en sus bolsas,
en sus recetas; en sus lecturas. Cambiaba siempre de perfume sin jamás
repetirlos. Tal parecía que su tendencia a interpretar a las personas y sus
experiencias, eran desde un comienzo, un hábito inconsciente de supervivencia.
Gustosamente siempre se equivocaba, desde un comienzo pensaba que la gente
andaba en la vida con una tenue ingenuidad, creyendo así espontáneamente en
ella hasta que conoció en repetidas ocasiones, los niveles de maldad de alguno y otro.
Como
Los fríos no eran para sus pulmones, ni para sus enguantadas largas manos, los
fríos que ella había vivido eran frescos que la atormentaban, la que los demás
quebradamente presentaban. Nunca la ofendieron con sus deshonestidades, sino
por el contrario, llegó a agradecerlas, muy en silencio y magistralmente
colaboraron para dar forma a su concepto de honorabilidad. Era tan libre, como
la soltura de su falda, como los colores de las abrumadas temporadas de
invierno, de infierno.
miércoles, 21 de noviembre de 2012
Con aroma a madera
Con aroma a madera
El deseo de ser selva al oler las hierbas.
Angustiada leo la carta con aroma a madera. La he escrito en tantas
ocasiones y sin embargo la siento caída, mojada, vacía. Debe ser el
intento constante de establecer el diálogo conmigo, aburrida he de estar
de vestirme tanto en mí. ¿Servirá? Entro a la puerta y las burlas;
risas... me recuerdan irónicamente que ocupo yo la libertad, pese a mi
consciencia cansada y vestida. Y O = liberdade. Somos juntos, la
mejor hipótesis variable. Te he perdonado, pues segura estoy de no ser río
sereno. Recuerdo el día que me acusaste de ser execrable. Le
has echado la culpa a algunas soledades acumuladas ¿Quién
en esta vida no tiene un corazón con abominaciones surgidas por dichas
acumulaciones? Quién sino nosotros, testigos en intimidad para hablar de estas buenas
formaciones. !Qué atrevimiento el nuestro! El darle un nombre, más absurdo
aún, adjetivos a la verdad.
De aquella tarde, tan llena de flores,
recuerdo al pecho tan abierto de arena. Nada pudo dejar de dolerme, desde ese
tan entonces. Sin embargo, la corona de sol me recuerda que no pertenezco en
nada a la soledad mal formada. Reconozco (en la dulzura de la mañana)
por el frío, a la perturbación. Escarbaré sudorosa en tu pecho para
conocer lo que quedó ahí de mí. Andas, en puentes y ríos, en cielos plenos. Me fui al
extremo, me caí pero no de dolor ni de vientre. Y puedo mejor aún,
entregarte la corona sin dolor, sin atadura.
Cappella Sistina
Desde pequeña había estado obsesionada con lograr algo grande en la vida. El importante rol de niña buena no era una intuición errada; el afán de sobresalir con sus calificaciones con la mano en la cintura no era un deber era ya una mágica y loca obsesión. Sin negaciones claro, a la importancia de parecer una nenita bien hecha, portada y atendida. Ella podía siempre quitarle los novios a su hermana, total era y seguro seguiría siendo una idiota, ni vestidos le gusta usar, siempre con ese afán de andar por los árboles. Era todo cuestión de tiempo, un poco de credibilidad su ingenio sentido de coherencia y al final, los padres accederían a sus peticiones, nadie le quitaría por nada del mundo su lugar. Había nacido para ser única y respetable.
Con el buen peinado y el cabello sedoso, como los constantes buenos aromas de las mañanas tan llenas de familia podría lograr sus definidos éxitos. Ella era la que evaluaba, más nadie, todo bebe girar en torno a ella. Había sido ya señorita Belleza; tenía sus conocidos por toda la escuela y sobre todo, se esforzaba por agradar a sus padres. Todo cambió el día que a los diecisiete se le había aparecido el diablo, y ella había caído desmallada destinada a morir. Su camino recién había comenzado.
Embonó bien: un matrimonio a temprana edad, un divorcio prudente y sobre todo una vida apretada no de lujos, sino de esfuerzos por engrandecer sus expectativas de vida en el único camino seguro: la religión. Pero eso sí, sobre todo siempre atenta al orden, a la admiración y sobre todo, a la vida cómoda. Cómo explicarles a los demás, por ejemplo, que había vivido una época de lesbianismo silencioso, o que en realidad sentía repulsión por su gemela menor desde que su memoria se agilizó, por el simple hecho de que ella representaba todo el “desorden” que para ella tanta importancia hasta había tenido. Eran sus estrañas, no podía dormir y su intolerancia era ya una enfermedad. Ella, que había salido embarazada, que todo había tenido comenzaría por dejar de darle importancia a su rápido primer matrimonio como podría aceptar tan libremente la inestabilidad de su hermana menor y lo que es peor, su incomprensible imperfección: su siempre atenta rebeldía, la maldita siempre ocupaba su existencia; el e s p a c i o. Además de seguro había sido muy puta en su época de estudiante universitaria; claro que sí pero si casi la veo, haciendo lo que ella siempre ha querido; divirtiéndose la muy zorra, con su sonris, su cabellito. Imbecil. Es más era tan mentirosa; no tiene seguro escrúpulos de nada y además tan, tan puta. Era una vergüenza tener un trato con ella, una relación apegada con ella, su hermandad no podía crecer más. No eran iguales. Nunca debía tener una buena vida, por qué ella tendría el amor de un hombre guapo, y lo que es peor, sólido. Porque no la reconocían a ella y a nadie más. La otra era loca, sucia, dependiente, mala hija. Ella en cambio, había encaminado una vida ejemplar. Digna. Probable, indudablemente cierta. Pocas veces a esa edad de joven adulta había maldecido con profunda sinceridad, lo que con el paso del tiempo lo llegó a hacer con constante maestría.
Pero si me habías dicho que nunca te buscara y sabes que ya no importa lo que quieras. No podrás negar que lo que hicimos el Italia no tuvo importancia. No tengo por qué darte ninguna explicación lo que paso en Italia la verdad no lo recuerdo. ¿No? No recuerdas la primera orgía en tu vida. Seré clara y lo diré una sola vez: lo que hice en ese viaje es algo que ya no conozco, es algo que a decir verdad Dios ya me ha perdonado.
La joven quedó atónita, enojada agarró su bolso y se retiró tomando un vuelo para su ciudad. Ahora que recibo el don de lenguas. Ahora que me casé como debo y sobre todo, ahora que estoy por mostrar con hechos que yo soy quien merece reconocimiento y nadie más.
Soy inválida, pero decente. Soy religiosa pero intolerante, soy lo que soy pero sólo yo he adquirido la bendición de Dios. Y nunca ella, jamás ella.
jueves, 15 de noviembre de 2012
Despacho
Era competitivo el ambiente que le daba escaso progreso económico. La mejor de sus ironías: verse gustosa y atenta entre libros con escasas palabras progresistas que de modo automático se hacía magistralmente, sobre todo al caminar. En vano nada, ni las misas que llegó a asistir con una entereza demencial. De su boca podrida salió la imperfección de algunas palabras apáticas. Salió estupendamente con prudencia. Deja te cuento un poco los numerosos días que te he has inventado para vivir tu libertad. Cinco estados de cuenta ya reenumerados; la incomprensión de la madurez. Casi como un soldado salía siempre corriendo de su casa con aroma al humo de tráfico. Enlistar las carencias no le resultó nunca prometedor así “que mejor el no hablarle a nadie, el no codiciarse ante nada, ni a sus necesidades básicas”. Que si llamas por favor al Señor de nuevo que necesita le resuelvas un caso complicado. Considera que eres la única abogada con buen culo. Ya. Regrésale la llamada diciéndole que envíe un correo exponiendo el problema, los involucrados y cuanto desea pagar por mi buen servicio sin incluir mi culo magistral.
Hacía frio casi siempre, y su espalda angosta por el placer de sentirse jorobada le hacía recordar que unos kilos menos le vendrían no sólo geniales, sino necesarios ante su imagen progresista incluía por su puesto su vanidad. No podría dejar de tener la gran reputación de buen culo; era una burla en casi todo su despacho. Siempre las reuniones establecidas; la libertad de concebir proyectos adinerados que tenían su fijo interés para procrear así (no libros, ni hijos), sino ambiciones oscuras, negadas y sobre todo, prudentemente encaradas bajo sus cuatro paredes a nadie jamás las expondría. Había encarado las demandas de la vida sin pretensión oscura. Salvajemente ya anunciaba en su silencioso hogar una vida. No más sexo ilimitado; sin tanta exploración, ni tantos libros en su pieza. Amantes por vender y enlistar en sus momentos lúcidos de honestidad benévola; clientes por enumerar y sobre todo, una reputación filial de una apacible y siempre auxiliar extrema reenumerada frialdad. La corona que mostraba, la que más agradaba.
Dos casos por defender, homicidio bajo fianza y un divorcio adinerado en donde la mujer se prostituía con su enemigo: su esposo. Por lo general se inclinaba a los casos con mayor demanda financiera, en donde se corrompían unos a otros por extremas circunstancias accidentadas. No creía en nada, en nadie, sino solo en lo que proyectaban las acciones de sus clientes. Los enlistaba en su memoria con sus observaciones: bastaba olerles sus lociones, o verles las mentiras en sus manos. Los categorizaba no por apellidos ni nombres sino por sus niveles de maldad, primero a deseo, luego a consciencia y para finalizar a voluntad. Curiosamente con los que más se relacionaba era con los cínicos y no ante ellos se mostraba sino los veía como en extremo lo repudiable al ser ente humano. No se desprendía eso sí jamás de su perra pequeña, tan ridícula y fiel.
Esa noche estaba estudiando su caso principal (para esa semana). La violación de un psiquiatra, con mediana reputación, a su paciente esquizofrénica; joven de catorce años. Hermosa, de piel de cielo y ojos embellecidos por el dolor de su existencia. Habían encontrado desgarre en su interior después de su pronunciado desmayo en la calle de su especialista. No había evidencia, ni titulares por cubrir pero sobre todo, no debía defenderlo en este caso necesitaba incriminarlo con majestuosa sensatez por decisión personal, por lo que ella nunca había utilizado en su trabajo: su voluntad. El idiota loquero era su padrastro; la única familia para esa joven. La abogada por accidente, la había conocido al comprar su matutino café, de prisa había olvidado la banda para su cuello que le hacía recordar a la banda de rock favorita, regresó a ella y ésta estaba justo tirada en el apestoso tambo de basura. La puso en su cuello la olfateó y miró a una jovencita golpeada, casi sin ropa expuesta al frío absurdo y amado de su ciudad. La miró directo a los ojos identificándola como una persona incapaz de levantarse por sí misma. La levantó, le puso su saco ya caliente y le dio de su café el cual terminó encima de su elegante falda. Al segundo, recibió la llamada de un posible cliente diciéndole directamente un precio para ella decente, para cualquiera en extremo enumerado ¿Nombre; ocupación, tipo de caso? Reconoció el área vio hacia arriba y notó la silueta de un hombre que la espiaba por la alta ventana. Le niego el caso, no me interesa, aún así deje lo consulto conmigo en una hora le regreso su llamada.
A los minutos en su casa, en su buzón encontró:
Primer plano (a manera de subtítulo) En un sobre sucio y viejo, dentro lo siguiente:
Como estandarte hoy mi benignidad parece descansar frente a la ventana que da al campo. Entró a la habitación de mi cuerpo, viéndolo limpio de temor. La cabellera de la noche pasó como invitada. Acompañada de agua serena, con mis dedos me reconozco. Los trazos que tenía dibujados en las paredes tomaron forma adjetivos y apellidos en color. Mirada instalada en mi vientre. Dibujos en el piso. Cartas que te escribo en mi cabeza. Frases como “debiste exponerte; agredirme con mi soledad. Gritarla” Queda el nuevo andar, la ropa blanca y tu música al lado. Flores bajo mi puerta, encima, mis pies descalzos. Ante las manos las teclas del piano. En mis labios las líneas de tu espalda. La cintura, fotografía de ritmo. Me inclino al baúl; sobre él mi oído.
La tiró. Quedó la poesía vieja sobre la planta cercana. ¿De dónde ha sacado esta vieja carta; quién colaboró para proporcionarla, si incluso, estaba en la biblioteca de la casa de su padre. Llamó al cliente y aceptó verle en su despacho a la hora de almuerzo. No pases por favor ningún llamado, si dura este tipo más de 20 minutos dentro en mi despacho interrúmpeme. ¿Quedó? Entendido abogada.
martes, 13 de noviembre de 2012
Acuarela
Sonrío hoy como vientre plano.
Para mi suerte, permanentemente hoy me
conozco más que nadie.
Hoy, me tengo paciencia blanca.
Anoche vi llover en el desierto furiosas
serpientes hinchadas de veneno. Burlándose, mofándose así de mi color.
La ausencia,
la humedad de mí,
la
que ha habitado tanto en mí
hoy me
ama más
que cualquier otro invierno que he conocido.
Belleza en los dedos
al
tocar la cotidianidad
se
extiende silenciosamente en mi cabello.
Para mi suerte, permanentemente hoy me
conozco más que nadie.
Asusta el seguir la pretensión de
ignorar el torrente de infinitud
que
no calla sin dejar de
repetir los nombres.
La sonrisa es hoy la mezquindad.
Para mi suerte, permanentemente hoy me
conozco más que nadie.
La sangre cruelmente huele a soltura. Se
le ve como la piel que de Dios podemos acariciar.
Nada conduce al infierno
ya
nada tiene poder para generar en mi caos,
en mí caos.
El velo,
reacción
atenta que se genera cuando un árbol ha sido envenenado.
Vulnerabilidad.
Sonrío hoy como vientre plano.
Para mi suerte, permanentemente hoy me
conozco más que nadie.
Hoy, me tengo paciencia blanca.
Ojos blancos, hoy me extrañan al verse
solos en su mortandad sin diálogo.
La soltura de las púas se quedan en mí.
Hoy, la vida me parece una gota fuerte
que quiebra al cristal que oculta al mundo.
Hoy,
la vida me parece una ruidosa gota
capaz de matar al cristal del mundo.
Hoy la vida me parece una simple gota
que mata y así oculta al mundo.
Para mi suerte, hoy me conozco silenciosamente
más que nadie.
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