jueves, 15 de mayo de 2014

La casa de madera y la casa de piel.


Imagen del muro de Rafael.

No moría, ni cuando la alentaban. Quedaba sangre escurriendo en le piso, ella la bebía  para calmar su sed. No escudriñaba en los dolores; las colocaba en cajas blancas de cartón que adornaba con variados listones; con el tiempo soltaban  pestes irreparables y por las noches, cuando las estrellas brillaban un poco más, las atendía sin importarle las lluvias ni las catarsis de desgarrada e incontrolable menstruación, que todo esto le producía.

Casas en donde habia hecho ella historia con dos. Eépocas cumbres; ahora sabía que la vida no dejaría de manifestarse (pese a las muertes, pese al desagrado y a la altivez de la vida). Predisponibilidad acunada en ella.

La casa de madera, y la de piel. Su casa de madera, la casa de piel. En la pirmera procuró que nada ajeno arrebatara ni nublara los espacios de luz (junto con sus aromas obvio). Sonidos a los que los perros atendieron. Su cuerpo; el cuerpo que tanto intentó aliar al destino. Lo hizo madrugar; lo hacía velar guardándolo en el closet de la tolerancia; su imaginación y sus necesidades físicas; su hambre de erotismo quedaban expuestas, insatisfechas; mutiladas. Doblegadas al destino.

Recordaba con especial atención al llanto de su suegro; sus piernas cortas sobre la gran cama y él a su lado, tan majestuoso con sus ojeras y gruesos labios llenos como siempre, de nobleza. Enfermo consolaba atento, sereno, magistralmente elocuente con un profundo dolor físico y obligado a putear con fe. Sabía que la vida violaba su grandeza porque ahora su genialidad corría el peligro de quedar interrumpida y olvidada (su mayor temor). Era más él, ¡cómo, ante él la derrota!
Quedó ella como espectador: nunca aturdida, ni cegada. La casa de madera, de infinitud y muerte.
En la segunda casa no estuvo abrigada por el resplendor, sino por el poder y el descubriento del cuerpo de un hombre que supo habitar en ella. Escuchaba atenta y asustada el sonido del frio cuando pegaba éste en la ventana, al susurro del viento que entraba por el espacio tan debajo de la puerta. Había sido expulsada del hogar de la vida para cobijarse de lo creyó ser, otra blanca habitación. Dejar que el baile de esos dos cuerpos suspendidos en ese, en el parecido eterno placer. Sus manos duras, la altura física que toda la cubría. A sus sueños los había colocado en silencio entre líneas de palabras aliadas en hilos; se le había ocurrido hacerlos frases, le puso nombres a sus sueños los cuales con el tiempo, creyó poder transformar en pinturas escalofriantes; en películas desagradables.
A ellos, les reconocía en todo lo vivo, obvio; a ambos los identificaba en y ante ella. En los silencios, al cerrar sus ojos; al llorar con cualquier manifestación dialéctica de suicidio; cuando cocinaba, cuando se masturbaba. Los guardaba sí de algún modo entre su existencia sabiendo que imposibilitada estaba de desligarse de la bella resaca de honor que ambos al final, despertaron. Algunas veces los recordaba cuando comía, cuando se fornicaba así misma con su rebeldía etrema, o cuando indentificaba la maldad en la mirada o en el disfraz de cualquier ajeno. Sí algo habían tenido ellos dos en común era una profunda bondad doblegada a las burlas, juegos y expresiones de soberbia que ellos mismo en su naturaleza expresaban.

Habían alterado las sólidas estrategias que ella creía tener para vivir. En silencio y con poética agonía, los reconocía como dos huracanes que no lograron destrozarla; la habian obligado y sin intención, a cambiar las concepciones centrales que la existencia misma se había encargado de modo prolijo, inconscientemente dictar. 



1 comentario:

  1. Tu manejo del lenguaje se supera día a día y me sigue encantando ese toque psicológico tan personal que vuelcas en tus escritos. Es un placer leerte.

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