jueves, 15 de noviembre de 2012

Despacho



Era competitivo el ambiente que le daba escaso progreso económico. La mejor de sus ironías: verse gustosa y atenta entre libros con escasas palabras progresistas que de modo automático se hacía magistralmente, sobre todo al caminar. En vano nada, ni  las misas que llegó a asistir con una entereza demencial. De su boca podrida salió la imperfección de algunas palabras apáticas. Salió estupendamente con prudencia. Deja te cuento un poco los numerosos días que te he has inventado para vivir tu libertad. Cinco estados de cuenta ya reenumerados; la incomprensión de la madurez. Casi como un soldado salía siempre corriendo de su casa con aroma al humo de tráfico. Enlistar las carencias no le resultó nunca prometedor así “que mejor el no hablarle a nadie, el no codiciarse ante nada, ni a sus necesidades básicas”. Que si llamas por favor al Señor de nuevo que necesita le resuelvas un caso complicado. Considera que eres la única abogada con buen culo. Ya. Regrésale la llamada diciéndole que envíe un correo exponiendo el problema, los involucrados y cuanto desea pagar por mi buen servicio sin incluir  mi culo magistral.
Hacía frio casi siempre, y su espalda angosta por el placer de sentirse jorobada le hacía recordar que unos kilos menos le vendrían no sólo geniales, sino necesarios ante su imagen progresista incluía por su puesto su vanidad. No podría dejar de tener la gran reputación de buen culo; era una burla en casi todo su despacho. Siempre las reuniones establecidas;  la libertad de concebir proyectos adinerados que tenían su fijo interés para procrear así (no libros, ni hijos), sino ambiciones oscuras, negadas y sobre todo, prudentemente encaradas bajo sus cuatro paredes a nadie jamás las expondría. Había encarado las demandas de la vida sin pretensión oscura. Salvajemente ya anunciaba en su silencioso hogar una vida.  No más sexo ilimitado; sin tanta exploración, ni tantos libros en su pieza. Amantes por vender y enlistar en sus momentos lúcidos de honestidad benévola; clientes por enumerar y sobre todo, una reputación filial de una apacible y siempre auxiliar extrema  reenumerada frialdad.  La corona que mostraba, la que más agradaba.
Dos casos por defender, homicidio bajo fianza  y un divorcio adinerado en donde la mujer se prostituía con su enemigo: su esposo. Por lo general se inclinaba a los casos con mayor demanda financiera, en donde se corrompían unos a otros por extremas circunstancias accidentadas. No creía en nada, en nadie, sino solo en lo que proyectaban las acciones de sus clientes. Los enlistaba en su memoria con sus observaciones: bastaba olerles sus lociones, o verles las mentiras en sus manos. Los categorizaba no por apellidos ni nombres sino por sus niveles de maldad, primero a deseo, luego a consciencia y para finalizar a voluntad. Curiosamente con los que más se relacionaba era con los cínicos y no ante ellos se mostraba sino los veía como en extremo lo repudiable al ser ente humano. No se desprendía eso sí jamás de su perra pequeña, tan ridícula y fiel.
Esa noche estaba estudiando su caso principal (para esa semana). La violación de un psiquiatra, con mediana reputación, a su paciente esquizofrénica; joven de catorce años.  Hermosa, de piel de cielo y ojos embellecidos por el dolor de su existencia. Habían encontrado desgarre en su interior después de su pronunciado desmayo en la calle de su especialista. No había evidencia, ni titulares por cubrir pero sobre todo, no debía defenderlo en este caso necesitaba incriminarlo con majestuosa sensatez por decisión personal, por lo que ella nunca había utilizado en su trabajo: su voluntad. El idiota loquero era su padrastro; la única familia para esa joven. La abogada por accidente, la había conocido al comprar su matutino café, de prisa había olvidado la banda para su cuello que le hacía recordar a la banda de rock favorita, regresó a ella y ésta estaba justo tirada en el apestoso tambo de basura. La puso en su cuello la olfateó y miró a una jovencita golpeada, casi sin ropa expuesta al frío absurdo y amado de su ciudad. La miró directo a los ojos identificándola como una persona incapaz de levantarse por sí misma.  La levantó, le puso su saco ya caliente y le dio de su café el cual terminó encima de su elegante falda. Al segundo, recibió la llamada de un posible cliente diciéndole directamente un precio para ella decente, para cualquiera en extremo enumerado ¿Nombre; ocupación, tipo de caso? Reconoció el área vio hacia arriba y notó la silueta de un hombre que la espiaba por la alta ventana. Le niego el caso, no me interesa, aún así deje lo consulto conmigo en una hora le regreso su llamada.
A los minutos en su casa, en su buzón encontró:

                Primer plano (a manera de subtítulo) En un sobre sucio y viejo, dentro lo siguiente:
 Como estandarte hoy mi benignidad parece descansar frente a la ventana que da al campo. Entró a la habitación de mi cuerpo, viéndolo limpio de temor.  La cabellera de la noche pasó como invitada. Acompañada de agua serena, con mis dedos me reconozco. Los trazos que tenía dibujados en las paredes tomaron forma adjetivos y apellidos en color. Mirada instalada  en mi vientre. Dibujos en el piso. Cartas que te escribo en mi cabeza. Frases como “debiste exponerte; agredirme con mi soledad. Gritarla” Queda el nuevo andar, la ropa blanca y tu música al lado. Flores bajo mi puerta, encima, mis pies descalzos. Ante las manos las teclas del piano. En mis labios las líneas de tu espalda. La cintura, fotografía de ritmo. Me inclino al baúl; sobre él mi oído.
La tiró. Quedó la poesía vieja sobre la planta cercana. ¿De dónde ha sacado esta vieja carta; quién colaboró para proporcionarla, si incluso, estaba en la biblioteca de la casa de su padre.  Llamó al cliente y aceptó verle en su despacho a la hora de almuerzo. No pases por favor ningún llamado, si dura este tipo más de 20 minutos dentro en mi despacho interrúmpeme. ¿Quedó? Entendido abogada.

3 comentarios:

  1. Como siempre, un placer leerte. No un placer sencillo, no, ni mucho menos simple. Tampoco es barroco, por suerte, pero es complejo: creas una atmósfera, tus palabras dibujan un escenario personal preciso. Es más que psicología, porque hay un mucho de poesía en tus descripciones. Es, en suma, algo grande.

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  2. Segura eso sí, de que puede ser mejor Jesús. Sonrisa y una mirada agradecida para ti.

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  3. Lo he releido. Y me ha gustado más.

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