viernes, 23 de noviembre de 2012

Clips en su cabello (desvistiéndose).


Hacerles creer (a los novios) que a pesar de sus rarezas prejuiciosas  (Lo único que sabes hacer es abrir las piernas. Sólo usas ropa de Walmart, ropa sin clase; plana; no eres en realidad tan linda, eres exótica. Siempre andas en la luna. Estás loca).

En algún momento tendría la posibilidad de hacerles notar la impertinencia de sus insultos, haciendo lo que mejor sabía hacer: usando las palabras, en estos casos,  lo magistral radicaba en esperar siempre por los momentos oportunos. Lo que digan no me devastará. Es más, lo consideraba un poco divertido. Sabía que la historia; la trayectoria en la vida era de ella; de un poco de los árboles, de su amor a la vida y de quien merecía la ciega entrega de su lealtad. Repartía todo esto.  A borbotones, con euforia, con poesía, con serenidad, locura, y por diversas razones. Con el tiempo había descubierto que tenía derecho a casi todo: a mentir ingenuamente, a coquetearle a la vida, a enamorarse como adolescente, a recibir en o durante naufragios amabilidad y sobre todo, tenía derecho a la legalidad de crecer ilimitadamente con los medios que ella encontrara sorprendentes en su camino y que para su suerte, nunca dejaban de aparecer.

 Había renunciado a ver con tanto romanticismo sus esperanzas utilizándolas mejor como clips para su cabello. Nadie las notaba, y era eso de lo que más gustaba. Tener secretos eran motivos de vida, eran una de sus seducciones predilectas. Le había costado conocer la superior importancia de estos. Las reservas  eran la fuerza misma de su existencia.  En sus manos, y en el sudor casi de inmensas hiervas encontraba seguridad; un gran respaldo. Su independencia había estado un poco fracturada por las involuntarias faltas de atención que en su primer hogar había conocido. Ni aún con la madurez podía olvidarse del todo de ellas, habían repercutido como un eco interminable en espacio, fragmentos tan íntimos incluso, hasta de su sexualidad.

 Como no hacerlo, siendo ella  una historia misma. Sus deberes ante la vida se habían modificado tristemente a temprana edad, de ahí su nostalgia por lo inconcebible y poético, ridículo, tal ves. Un poco genuino, sí. Era su destino el deberse a sí misma y para una natural satisfacción, ella lo veía como una aventura más que digna, era, la única que en realidad había conocido  profundamente. No se temía; se reconocía en todas partes: en los reflejos de las  ventanas, en sus prendas; en sus mascadas; en su maquillaje. Entre prisas; en sus bolsas, en sus recetas; en sus lecturas. Cambiaba siempre de perfume sin jamás repetirlos. Tal parecía que su tendencia a interpretar a las personas y sus experiencias, eran desde un comienzo, un hábito inconsciente de supervivencia. Gustosamente siempre se equivocaba, desde un comienzo pensaba que la gente andaba en la vida con una tenue ingenuidad, creyendo así espontáneamente en ella hasta que conoció en repetidas ocasiones, los niveles de maldad de alguno y otro.
Como Los fríos no eran para sus pulmones, ni para sus enguantadas largas manos, los fríos que ella había vivido eran frescos que la atormentaban, la que los demás quebradamente presentaban. Nunca la ofendieron con sus deshonestidades, sino por el contrario, llegó a agradecerlas, muy en silencio y magistralmente colaboraron para dar forma a su concepto de honorabilidad. Era tan libre, como la soltura de su falda, como los colores de las abrumadas temporadas de invierno, de infierno.




P. Bausch Vìa  muro de facebook de Rafael Alomar Company.

2 comentarios:

  1. Genial, Diana, genial. Te superas. Veo otra vez ese retrato de las soledades...de las soledades vistas casi con sorna, porque están perfectamente identificadas y definidas. Lo cual, una vez más, da pié a la esperanza. Y hasta permite un toque irónico, como si se presentara a una batalla ganada (o perdida, no importa) de antemano. Me gusta.

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  2. Irónico sí. Lo intento Jesús de a poco y todo tomará forma. ^.^.

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