Aliento a pinos
poetizados por la lluvia, su aliento era así para ella. No sólo la mano que
postrada suavemente a su cuello la acercaba tanto a él; algunas veces, no sabía
que la enloquecía más si ese docto brazo ahí, o la fuerza del otro, que la
encajaba tan certeramente a él. Ambos brazos, ambos troncos amados. Había
aprendido a conocerle por esas caricias más que sus palabras o actos. Los tan
mencionados pequeños detalles: la cama perfectamente vestida y acomodada como
si fuese una almohada elegante y perfumada. El mantener en la cocina o en la
heladera, platillos frescos y con potentes fuentes de vitamina. El modo que le
acariciaba el cabello; la mirada que amablemente le regalaba al perro. Era
difícil imaginar que pudiera tener otra vida enroscada a su
matrimonio pasado. A pesar de buscar constantemente la aceptación y el apoyo de
su nueva familia no dejaba de actuar, varias mentiras encubiertas ella había
callado. Había por igual algo en él que a ella no le parecía normal. Si la
gente es idiota el mundo funciona al ser uno hijo de puta. Sino basta al
ver al mundo, sólo funciona así. Incluso la gente siempre decide en base a lo
conviene. Aún teniendo éxito, incluso es así como deciden tener hasta hijos.
Sino se es H.de P. uno no progresa. Poéticamente lo decía al limpiar el piso
con soltura y determinación. ¿Sí, diga? Es usted la señora Galindo, para
servirle. He recibido un correo a su nombre diciendo que mi marido vive con
usted. ¿Perdón? Sí, mi marido se fue de casa hace mucho tiempo que para generar
dinero en un nuevo país que porque acá nada podía hacer uno. Mire señorita a
pesar de que sé que mi marido se equivocó al ir como idiota detrás de sus
nalgas, porque no se ofenda, pero una nalga no puede ser nunca mejor que la
mujer de su juventud. O no piensa usted así. Seguro que no señorita, porque al
sólo mencionar yo su nombre, me doy cuenta que contra usted no se puede
competir: parece usted una puta refinada, basta con verle el maquillaje cuidado
que siempre uste usa. Y esos peinaditos tan perfectos. Debe ser usted una
rompe huevos, de esas con corona y todo. Mujer, qué amable. Mire señora,
su marido sigue siendo tan suyo como usted lo desea, nadie es de mi propiedad,
mucho menos un hombre. En esta vida uno se pertenece o no, así de simple y
difícil de lograr. Sin anillos, sin divorcios, sin estereotipos y con plena
confianza le puedo decir a usted que no se preocupe de nada. Su marido hará
como siempre lo que él desea, y eso no está mal, y no porque lo defienda, no es
eso señora, hijo mío por fortuna no es. Lo digo porque al final usted y
él, seguirán haciendo lo que deseen pese a la vida e interacción que tengas
ustedes con otros, aún si es por separado. Yo no peleo a un ser humano
querida, eso restaría credibilidad a un sentido humano que siempre me ha
rescatado de cualquier situación en extremo crítica y por otra parte, la historia
de dos seres no tiene nada que ver conmigo. Sí su marido vive conmigo y a decir
verdad él confirmó que tiene separado de usted ocho años, es en realidad
asunto mío y de él Y como no viví cerca de ustedes, nunca me preocupé por
averiguar la verdad, ni me interesa. Pues la verdad para mí es mucho más que la
inventiva que dos seres hagan, o peleen. Es absurdo. Puede usted hablar con él
libremente, no soy su madre y ya son lo bastante grandes para saber lo que es
normal y anormal. No me agobia, ni me concierne. Un par de insultos y la
conversación se dio por terminada. La vida le parecía una comedia, pero no
digna ni reflexiva, sino altiva: al conocer cómo su madre había rechazado el
honor de ser su madre, y sobre todo de verla transformada en un ser hipnóticamente
idiota. Sus códigos humanos se habían adormecido tanto que parecía carente de
ellos a pesar de su intención ingenua de ayudar obteniendo siempre a cambio
algún permiso para seguir viviendo su aturdida libertad. No era culpa de ella.
Es más hasta tolerancia y simpatía le seguía teniendo. Había desarrollado
entretenidamente una desconfianza ya inhumana y lo mejor de todo eso, era que
sabía hasta donde podía llegar en su desconfianza. Nunca se le escapaba un
gesto inhumano, por el contrario, conocía la balanza que le proporcionaba la
cordura. Por otra parte, sabía de lo que una persona inconforme e infeliz
podría llegar a ser capaz. Había diferencia entre el concepto de H. de P.
y el de vivir aturdidamente por una gran inconsciencia que cegaba cualquier
juicio prudente. Lo que esos dos amores le ofrecían no era una lista de
privilegios certeros. Sino por el contrario, los regalos que estos
desmesuradamente le habían dado a su vida era una lista de tres palabras que
enlistaba y recordaba cada que abría su agenda para trabajar. La organización
se había convertido en una clásica estrategia para seguir considerándose íntegra
ante sí misma. Una de las razones más importantes que había encontrado para
seguir sus estrategias silenciosas de crecimiento era la de saber
interpretarles con distinción y con una tanto de imaginación. Eso siempre le
había aligerado los diversos escenarios de algunas idiotas obras trágicas y
camuflageadas por su vida personal, sobre todo familiar. Ni Edipo, ni incluso
el personaje de Yocasta, ni mucho menos las pasiones existencialistas de Hamlet
la convencieron en su momento de que las relaciones humanas a pesar de tener un
natural fervor de pasión, podrían ser tan destructivas. Es más, había tenido la
clara idea de que lo que más caracterizaba a la naturaleza humana era esa
capacidad natural de entender apropiadamente su libertad, echado a perder en
algunas ocasiones ese derecho natural ya bendecido sin obra ni maestro. Un ser
humano podría ser tan racional y mal intencionado dependiendo de los
estimulantes de vida que este vivía, o generaba. O sea, la vida era inventada,
sí pero poseía uno el derecho de dibujar en ella a ritmo propio, con sangre o
sencillamente con pinturas acrílicas ligeras algunas vertientes de esa comedia
que pudiera ser no sólo una poética versión. La vida para ella era un pincelazo
de Dalí en acuarela: complejo por sí mismo absurdo de entender pero sobre todo,
una fácil y completa presentación de paisajes y sujetos libres y completos,
listos para cualquier mirada humana. Tenía el ser humano un profundad capacidad
de filtrarlo todo: incluso el odio, la desolación; o incluso, al máximo dolor
inhumano, aunque este fuese constante o cotidiano. Nadie era dueño del destino
de otros pese a la aguda maldad de algunos. Pensar en ello era tan incongruente
como el máximo esfuerzo de un ser mezquino. No entendía eso sí, cómo los
humanos podían descuidarse, negarse o
marginarse tanto, como personas o como seres en grupo. Por qué darles a los
demás semejante regalo; por qué exponer la integridad así. Por qué dejar de
tener intimidad con ella misma y tan abiertamente. En horas de sueño el tiempo
de vivir a solas las horas nocturnas; o el simple contraste de hacer algo que
le encantaba sin definir bien los motivos y los alcances de tal fascinación.
Por una parte la serenidad de entender como cuidar el enorme filtro que había
descubierto y por a su vez, conocer la antítesis que todo esto producía. Una
noche dejó una carta así misma antes de emprender un viaje en una barca
pequeña e indefensa diciéndose: ¨ Antes de renunciar un poco a mis sentidos te digo: las palabras son
eternos fonemas de una bastarda. El espejo cae. Ahí me vi obligada a conocerte.
Con derroches de un poco de sangre y rupturas serias; riesgos perturbados para
así conocer o identificar el amor a los que no falsifican sus sueños, o por lo
menos un grado de carisma en ellos. Desde niña me habían dicho que creer en la
libertad como esencia de un ritual cotidiano era un profundo error. Sin
embargo, nadie pudo nunca controlar la elegancia de extender mis brazos como
cuando cuerpo ágil giraba en el cielo para mostrar que la habilidad de
amar era hasta esa fecha, lo más sensato que poseía. Ocupé inmensamente de la
amabilidad y no la veía ni en mi ropa, ni en mi sopa, mucho menos en las
palabras y actos en mis primeros contactos humanos. La encontré en mis manos
encerradas ante las cajas de la especulación. No dejé de matar en lo que no
creía anteponiendo la sonrisa que no dejaba que ahogara aniquilando ni a sus
parientes. La sensatez de un alma que se estructuraba ya sin o en deformación.
Nací de nuevo al no estrangularme al no pegar los trozos de mi ser
ceremoniosamente. El tinte de devoción a la tristeza y tortura dejó un lindo
habitad en mí. Las sonrisas no fueron arranques de simpatía por los demás, sino
en su momento se convirtieron en hazañas finas y propias que anidaban mis
secretos. Hoy que parto de hago esta carta como un detalle de seguimiento. La
misión será poder estrangularme sola para llegar a la perfección de una belleza
tan frágil e inhumana que arrase con la testarudez de mi razón, pero es por
supuesto un viaje que solas debemos hacer, sin justificante ni compañía
alguna.
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