miércoles, 21 de noviembre de 2012

Cappella Sistina

                                                          
Desde pequeña había estado obsesionada con lograr algo grande en la vida. El importante rol de niña buena no era una intuición errada; el afán de sobresalir con sus calificaciones con la mano en la cintura no era un deber era ya una mágica y loca obsesión. Sin negaciones claro, a la importancia de parecer una nenita bien hecha, portada y atendida. Ella podía siempre quitarle los novios a su hermana, total era y seguro seguiría siendo una idiota, ni vestidos le gusta usar, siempre con ese afán de andar por los árboles. Era todo cuestión de tiempo, un poco de credibilidad su ingenio sentido de coherencia y al final, los padres accederían a sus peticiones, nadie le quitaría por nada del mundo su lugar. Había nacido para ser única y respetable. 
Con el  buen peinado y el cabello sedoso, como los constantes buenos aromas de las mañanas tan llenas de familia podría lograr sus definidos éxitos. Ella era la que evaluaba, más nadie, todo bebe girar en torno a ella.  Había sido ya señorita Belleza; tenía sus conocidos por toda la escuela y sobre todo, se esforzaba por agradar a sus padres. Todo cambió el día que a los diecisiete se le había aparecido el diablo, y ella había caído desmallada destinada  a morir. Su camino recién había comenzado.  
Embonó bien: un matrimonio a temprana edad, un divorcio prudente y sobre todo una vida apretada no de lujos, sino de esfuerzos por engrandecer sus expectativas de vida en el único camino seguro: la religión. Pero eso sí,  sobre todo siempre atenta al orden, a la admiración y sobre todo, a la vida cómoda. Cómo explicarles a los demás, por ejemplo, que había vivido una época de lesbianismo silencioso, o que en realidad sentía repulsión por su gemela menor desde que su memoria se agilizó, por el simple hecho de que ella representaba todo el “desorden” que para ella tanta importancia hasta había tenido. Eran sus estrañas, no podía dormir y su intolerancia era ya una enfermedad.  Ella, que había salido embarazada, que todo había tenido comenzaría por dejar de darle importancia a  su rápido primer matrimonio como podría aceptar tan libremente la inestabilidad de su hermana menor y lo que es peor, su incomprensible imperfección: su siempre atenta rebeldía, la maldita siempre ocupaba su existencia; el e s p a c i o. Además de seguro había sido muy puta en su época de estudiante universitaria; claro que sí pero si casi la veo, haciendo lo que ella siempre ha querido; divirtiéndose la muy zorra, con su sonris, su cabellito. Imbecil. Es más era tan mentirosa; no tiene seguro escrúpulos de nada y además tan, tan  puta. Era una vergüenza tener un trato con ella, una relación apegada con ella, su hermandad no podía crecer más. No eran iguales. Nunca debía tener una buena vida, por qué ella tendría  el amor de un hombre guapo, y lo que es peor, sólido. Porque no la reconocían a ella y a nadie más. La otra era loca, sucia, dependiente, mala hija. Ella en cambio, había encaminado una vida ejemplar. Digna. Probable, indudablemente cierta.  Pocas veces a esa edad de joven adulta había maldecido con profunda sinceridad, lo que con el paso del tiempo lo llegó a hacer con constante maestría.
Pero si me habías dicho que nunca te buscara y sabes que ya no importa lo que quieras. No podrás negar que lo que hicimos el Italia no tuvo importancia. No tengo por qué darte ninguna explicación lo que paso en Italia la verdad no lo recuerdo. ¿No? No recuerdas la primera orgía en tu vida. Seré clara y lo diré una sola vez: lo que hice en ese viaje es algo que ya no conozco, es algo que a decir verdad Dios ya me ha perdonado.
La joven quedó atónita, enojada agarró su bolso y se retiró tomando un vuelo para su ciudad. Ahora que recibo el don de lenguas. Ahora que me casé como debo y sobre todo, ahora que estoy por mostrar con hechos que yo soy quien merece reconocimiento y nadie más.
Soy inválida, pero decente. Soy religiosa pero intolerante, soy lo que soy pero sólo yo he adquirido la bendición de Dios. Y nunca ella, jamás ella.

1 comentario:

  1. Me ha gustado mucho la "incomprensible inperfección" y esa envidia que refleja una hermana en la vida de la otra. La lucha entre la vida impuesta y la vida de uno mismo, lo que la cultura hace que aceptemos y hagamos nuestro, aunque nuestro yo más profundo hubiera anhelado otra existencia. Muy buen texto, Diana.

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