Su habitación: una casa para ella. Todo su mundo se reflejaba
en esas paredes pintadas. En el sillón individual, tan café. Aterciopelado. En
su closet, las dimensiones de las prendas que juntas formaban una falta de
armonía que le parecía irónicamente exquisita. En el techo, una medalla colgada
con un fino hilo; la misma imagen conocida en su niñez y que igual la
acompañaba al dormir. Era el lugar dónde de verdad creció. Donde les dio vida y
llanto a sus muertos; donde sus poesías la reconciliaban con la miseria que percibía
de algunos que se le acercaban; sus gustos. No sabía qué le gustaba más, si las
plantas que fácilmente se le reproducían en ese su hogar; o la música que la
esperaba al llegar a casa habitualmente después de las diez de la noche y que
ella misma dejaba encendida para sentir la calidez de una bienvenida Estaba ya imponiéndose
a darse esa muestra de cariño. Su familia era su alegría. Las canciones
predilectas en sus amaneceres.
Caminatas a las siete y media de la mañana; dirigirse con un
poco de frío a la biblioteca de la universidad. Su cabello largo, mojado. Sus
pies poéticamente chuecos. Sus suéteres blancos, sus overoles. Las postales en
la pared. Era tiempo ya de dejar su felicidad y volver al lado de quiénes le
explicarían detalladamente el porqué no tenía más familia.
Cansada estoy de tus locuras. Sal de mi casa, no vuelvas a
ella. Su cuerpo pesado no sabía ni con qué excusa deshacer lo hecho y lo único que
se le ocurrió fue insultar. De rodillas, a solas. Quedó llorando en su cama,
suplicando con profunda sinceridad, valor para divorciarse de la que ella había
conocido como madre, no tendría más desazón, ni absurdos en su vida, es
cuestión de que le hagas a entender que tu separación era la opción más sana
para tu vida, para tu continua formación. Ya no habría insultos, intrigas, ni
mentiras. Sería ella sola con el pequeño que había concebido como bendición.
Sin imaginar la labor a la que se presentaría constantemente: No señora, a nosotros nos parece que su hijo no es feliz y
suponemos que tiene problemas en su casa. Ha intentado medicarlo. Sería una
solución inmediata, además si pensamos bien sino hace algo ahora mismo, no
podrá controlarlo más. ¿Controlarlo? A quién diablos le interesa eso. Era lo
único imperdonable, saberse una madre que no proporcionaba la sencillez de la
vida a quién tan enorme y fácilmente amaba. Sino podía hacer eso, no podía
hacer nada más significativo en su vida. Tan fácil era amar a su hijo y no saber
darle una vida divina que lo formara íntegramente, porque eso es la felicidad,
o ¿no? La puta realidad. Y ella desesperada al ver que su cuerpo, su vida, su
tiempo tomaba una forma sin el control ya de su alegría inmensa que le producía
la aplicación a uno de los talentos que más amaba de ella: el amor al
aprendizaje que le diera fortaleza para honorificar su presente, su vida.
Conocía a la vida de atender coherentemente sus amores por la expresión, sobre
todo por el gusto de la actividad al entendimiento. Seguir viviendo el tiempo para crear una vida
digna ante lo que la tenía en esta
existencia: su sensibilidad e
inteligencia ilustradas por su voluntad y acción. Era más, la vida que estaría pro defender de
nuevo tenía una claro perfil: la integridad. La vida ya tenía un especial
sentido porque vivía incrédula; callada, pensativa y amando serenamente y a
pesar de ello, muchas de las veces angustiada.
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