De treinta y seis, con dos años de matrimonio. Lo más difícil
para ella era amanecer en la piel de los dos. Una, la de nueve años, y ella ya con
una profunda necesidad de difícilmente generarle una vida acorde a la necesidad
psicológica de ese niño. Todos los días, se recordaba la formación emocional incompleta que accidentalmente le había tocado
conocer en su vida. Ella, la madre, él quien de algún modo la recibía. Hacerle
creer que la vida vale la pena; ser feliz parece ser una mentira tan llena de
piedad. Cuidar su corazón al punto en donde sus cualidades se convirtieran en
herramientas y sus defectos, en amigos distantes para que así aprenda a ser él
mismo su aliado fiel. Ella la portadora, él el receptor. Ella la escritora, él
el lector.
De cuarenta y tres
años. Con una cordura asfixiante, con una razón siempre huracanada y con una
presencia amatoria nunca ausente. Y ella, sin brazos para sostener ¿De dónde le
venía ese ruido de conciencia que le hacía reconocer sus limitaciones, algunas
ineficiencias emocionales? ¿Cómo cuidarlos, y que a la par no se sintieran defraudados
por las limitaciones que ella tanto reconocía?
Era el diario lo que la hizo atreverse a matar en su
narrativa al primero que la había violado sin penetrarla. En su recuerdo sabía
que tenía cinco años, luego siete, para que al final pudiera verle postrado en
una silla, encadenado en ella, por fin como animal indefenso. Su vejez era tan
podridamente estable, que en el fondo, a ella a sus escasos años supo
diferenciar entre la alegría de ver a alguien derrotado en inmovilidad para que
simplemente no se le acercara más. Su aroma era cada día menos tolerable.
Imposible de ignorar: maíz, la tortilla
de maíz y su siempre extraña seña de que se le acercara para ver cómo se tocaba
sus genitales. Extraño era para ella, eso. Creía sólo que los genitales eran para usarlos
al defecar u orinar. Su largo cabello peinado y brilloso quedaba sin color. Su
sonrisa quedaba perdida entre sus medias rojas, y sus bellos zapatos blancos.
Irónicamente el segundo, e igual, fue un hombre con canas
pronunciadas. Asistía a unos cursos de meditación para olvidar un poco la
muerte de su enamorado. Por lo regular eran clases en grupo como suelen ser
este tipo de cursos. Un día, acompañada del respeto que sentía por el regulador
de esas clases, lo acompañó a tomar un té en donde éste le explicaba que ella
ya estaba preparada para hacer otro tipo de meditación.
Ella sorprendida y sin malicia aún a pesar de sus diecinueve, sintió sólo un
poco de sorpresa. Le ofreció un té y miró fotografías de su esposa, una mujer
de baja estatura pero con un tan limpio rostro. ¿Adivina qué? Mi esposa era
monja, dejó esa vida por mí. Y sólo recordaba haber estado sentada en un sofá. ¿Por
qué estoy desnuda aquí en su cama?¿Qué fue lo que me hizo? Llorando se vistió
asustada. Fue cuando el hombre la siguió y la convenció de llevarla a tomarse
un té a un lugar público y disculparse
por lo acontecido. Se tuvo que mudar de la ciudad, darse de baja de la
universidad por un semestre y volver después de medio año. Esperaba el día de verle
a los ojos y hacerle saber lo que en ella pasaba después de esa absurda y
repudiable experiencia: estaba por fin el hombre, sentado a solas y en espera
de su hijo. Despacio pero con profundo deseo al verle ella por la ventana se dirigió
a él diciéndole: lo que usted hizo fue una chingadera, lo que hizo no pudrirá
mi credibilidad en la gente más adulta, o de verdad respetable, es un hijo de
puta en todo su significado, no se vuelva a topar conmigo en ninguna parte ni
mucho menos diga mi nombre que iré con su hijo y su esposa a decirles lo que
hizo. Hijo de puta. Se dio la media vuelta y liberada tomó un libro económico
de una obra de teatro de Octavio Paz y lo miró de nuevo dejándole en sus
arrugas el odio y desprecio que llevaba ya acarreando desde niña.
El odio añejo, el odio enquistado...eso es el rencor. Un sentimiento complicado de recrear en imágenes, sin ser demasiado explícito. Pero te atreves con ello. Y lo consigues. De forma sinuosa, mezclando otros sentimientos...Me gusta mucho como escribes.
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