No
dejaba de llorar a pesar de conocer el paraíso de su credibilidad. Confiaba sí,
más en sí misma que en las sonrisas falsas de los demás. Había por fin
reconocido que no había nadie más valioso, en su andar, que los dos seres que
crecían paralelamente a su lado. Eran ya sólo tres. Partía por fin su corazón
infantil fuera del remolino con pequeñas y modestas alas invisibles. Estuvo
golpeado por mucho tiempo, corazón certero. Conocía su fragilidad. La toleraba
con tanto amor, que había días que no identificaba el color del sol, si rosa o
azul. Cabía su entusiasmo en una caja de palomitas acaramelada. Años de sentir
que se alejaba del entusiasmo genuino. Con tanto dolor por muchos años lo había
compartido en su mochila con algunas personas familiares a ella, fortuitamente
cercanas a ella. Había tomado la decisión de arrojar esa mochila al mar para
que nada malo de ella la persiguiera, ya fuese a ella o a los suyos. ¿Cómo
hacía para que nada contaminado entrara de nuevo a su vida? ¿Cómo pedir ayuda
cuando estaba segura algún día la ocuparía? Todo lazo, yugo, tendencia; la
credibilidad familiar se había roto. Le quedaba un desierto; el mar invisible,
fresco y estable dentro de ella para continuar el seguimiento que su interior
había prudentemente entablado diez años atrás. Seguiría nostálgicamente su
nuevo recorrido.
Afrontar la vida, crear un nuevo periodo en ella...tan difícil como buscado...esa "linea de sombra" que definió Conrad. Un tema muy interesante y muy bien escrito, Diana.
ResponderEliminar