viernes, 20 de julio de 2012

De cuando su credibilidad se basaba en prestar atención.


 No dejaba de llorar a pesar de conocer el paraíso de su credibilidad. Confiaba sí, más en sí misma que en las sonrisas falsas de los demás. Había por fin reconocido que no había nadie más valioso, en su andar, que los dos seres que crecían paralelamente a su lado. Eran ya sólo tres. Partía por fin su corazón infantil fuera del remolino con pequeñas y modestas alas invisibles. Estuvo golpeado por mucho tiempo, corazón certero. Conocía su fragilidad. La toleraba con tanto amor, que había días que no identificaba el color del sol, si rosa o azul. Cabía su entusiasmo en una caja de palomitas acaramelada. Años de sentir que se alejaba del entusiasmo genuino. Con tanto dolor por muchos años lo había compartido en su mochila con algunas personas familiares a ella, fortuitamente cercanas a ella. Había tomado la decisión de arrojar esa mochila al mar para que nada malo de ella la persiguiera, ya fuese a ella o a los suyos. ¿Cómo hacía para que nada contaminado entrara de nuevo a su vida? ¿Cómo pedir ayuda cuando estaba segura algún día la ocuparía? Todo lazo, yugo, tendencia; la credibilidad familiar se había roto. Le quedaba un desierto; el mar invisible, fresco y estable dentro de ella para continuar el seguimiento que su interior había prudentemente entablado diez años atrás. Seguiría nostálgicamente su nuevo recorrido.





1 comentario:

  1. Afrontar la vida, crear un nuevo periodo en ella...tan difícil como buscado...esa "linea de sombra" que definió Conrad. Un tema muy interesante y muy bien escrito, Diana.

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