sábado, 4 de agosto de 2012

Séquito masculino


El cambio de actitud de la mujer al revisar la aplicación. Sabía que la ignorarían, lo notó en los gestos que sus dedos hicieron, en la tensión que causaba el intentar ignorar la petición con su cambio de conducta: de una natural simpatía al hablar en público a una parca seriedad al estar a solas con ella. Hizo la aplicante, aún así una herida en el cielo confiando que ésta permitiría que la amabilidad los acariciara. ¿Por dónde diablos empezaría? ¿Dignificando una vida que debía ser centralizada en su valiente valor como profesional, o minimizar su doloroso don materno; o enriquecer su paralelo crecimiento (como un humano) de convivencia que vivía con su pareja? ¿Conocedora en labor; madre y amante? ¿Por vender los muebles? Tenía tanto  poder de sus vidas, y en sus manos; que se asustaba al reconocer que sus aciertos o talentos, la llevaría a su tan preciada y en el fondo, utópica felicidad. Jamás pasaría de nuevo a ser una alegría permanentemente accidentada. Está ya formada, la ahora presente  e incompleta felicidad por tres inteligencias centralizadas paralelamente a la femenina, a su existencia. El reto no era hacerles felices, los adoraba, eso facilitaba todo, no. No era eso, era identificar y nutrir la armonía de lo que ella tendría que descubrir de nuevo, ante esta vida qué le hacía verdaderamente feliz.  Porque el ver a la felicidad como a una amiga fiel y alejada, nunca había sido  el plan. Sino pertenecerle sabiamente, por supuesto. No debía ella buscarla literalmente como si esta fuese una caja de chocolates, sino de algún modo tendría que concentrarse profundamente en su intención, en su majestuoso impulso de reconectar los actos con una vida externa, inventar y sostener una coherencia latente. Pero sobre todo, permanecer en su viaje de radicalidad sin que mucho se notara. Eran tres, era ella. Eran todos, era todo.

Por qué mejor no te vas a ese país en donde está el 35 % de desempleo. Sorprendida identificó su mala intención. ¿Y por qué he de irme yo a ese lugar? Era cuestión de mostrarle con un gesto honesto lo que ella pensaba. No se puede ser más idiota. Mientras el café recién preparado soltaba el dulce aroma. Continuó la conversación. Recordó entonces la ocasión en dónde le había  pedido ayuda, pues un ex novio andaba acechándola agresivamente, con gritos, con muestras de violencia. No sé qué hacer. Todo mundo tenemos problemas. Y recordó magistralmente  la vez que la retó acusándola de no poder sacar su profesión o del ocasión donde la dejó de apoyar económicamente sólo por no estar de acuerdo en su inteligente decisión de seguir su iluminada por su apego a los libros. O cuándo tomó valor para hacerle saber que su amigo la tocaba, la amenazaba por las siempre ausentes y sensatas explicaciones. Su avaricia; su desagrado por la vida en responsabilidad. El incontrolable y triunfante desentendimiento por sus hijos. Su ahora vejez lúcida. Sus palabras vacías, su apatía evidente. Su tenaz desagrado ahora evolucionado.

De niña corría a esculcarle su mochila pues siempre en ella cargaba maníes. Su cariñoso comportamiento. Hasta que un día, simplemente  decidió no tener más aquellas pequeñitas atenciones sinceras hacia ella.

Este es el plan; lo que deseo compartirte. Nunca debí haberme venido de la ciudad, este lugar no es para mí, no me gusta acá ni hay nada relacionado con mis aficiones. Y a decir verdad, no me agrada tu desamor pues es grotesco por la presencia de tu  idiotez.. No veo en ti parecido ya a mí. Cuándo fue que mi desprendimiento hizo que tu intolerancia surgiera. Era mi libertad a no detenerme lo que molestaba, mi siempre aclamada demanda a decir lo que yo creía que era real, necesario y honesto. Cuando en realidad tu mejor talento lo habías desarrollado al evadir. Al decidir una vida en comodidad para ti solo. Tu falta de coherencia, tu siempre aclamada evasión que te mantuvo a salvo de cualquier responsabilidad. Los seres podían existir alrededor tuyo pero nunca por si mismos porque eso implicaba verte; interactuar con ellos, tomar la medida de sus existencias, ocuparte de ellas. Simplemente con tu cariño que en un tiempo pudo haber sido percibido como avasallante. Poco a poco fuiste barriendo los trozos de tu alma que caían por tu grande casa. Comenzaste a no hablar, a ser casi mudo. Tu ropa eso sí siempre perfumada, planchada y colgada. Tapabas con pintura lo viejo, lo que necesitaba de reparación, novedad. No toleraste en realidad nunca los cambios, el movimiento, la naturaleza de la vida eligiendo así a no ser parte más de ella.

Había decidido sabiamente ella no dejarlo en esa inventiva. Había acomodado todos los recuerdos en un globo, que milagrosamente pudieron entrar en él y lo soltó al cielo sabiendo que ese era el lugar en dónde mejor pudiera ser callada su pasiva muerte.

No había dejado de denigrarla, sin embargo no veía sólo eso ella, conocía de sus palabras una muy pequeña luz que se perdía en el humo de sus cigarrillos. Ella no le faltaba decir más nada. Él siempre pensando que nada malo había hecho en como se había decidido su existencia, su vida como proveedor. Que era en realidad para él algo muy simple: les doy, techo, comida y les enseño a trabajar. Lo demás no me corresponde. De ahí la importancia de sus tres. De su nuevo todo,  sus todos. Descifrar lo que es su presencia, y utilizar su poder para ver a sonreír no sólo a su inteligencia sino a los dos que la rodeaban accidentalmente permanecían cerca de ella.



OCAS. Museo de arte de Óscar Niemeyer. Foto adquirida del muro de facebook de Vicente Luis Mora.

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