El
cambio de actitud de la mujer al revisar la aplicación. Sabía que la
ignorarían, lo notó en los gestos que sus dedos hicieron, en la tensión que
causaba el intentar ignorar la petición con su cambio de conducta: de una
natural simpatía al hablar en público a una parca seriedad al estar a solas con
ella. Hizo la aplicante, aún así una herida en el cielo confiando que ésta
permitiría que la amabilidad los acariciara. ¿Por dónde diablos empezaría?
¿Dignificando una vida que debía ser centralizada en su valiente valor como
profesional, o minimizar su doloroso don materno; o enriquecer su paralelo
crecimiento (como un humano) de convivencia que vivía con su pareja?
¿Conocedora en labor; madre y amante? ¿Por vender los muebles? Tenía tanto poder de sus vidas, y en sus
manos; que se asustaba al reconocer que sus aciertos o talentos, la llevaría a
su tan preciada y en el fondo, utópica felicidad. Jamás pasaría de nuevo a ser
una alegría permanentemente accidentada. Está ya formada, la ahora presente e incompleta felicidad por tres
inteligencias centralizadas paralelamente a la femenina, a su existencia. El
reto no era hacerles felices, los adoraba, eso facilitaba todo, no. No era eso,
era identificar y nutrir la armonía de lo que ella tendría que descubrir de nuevo,
ante esta vida qué le hacía verdaderamente feliz. Porque el ver a la felicidad
como a una amiga fiel y alejada, nunca había sido el plan. Sino pertenecerle
sabiamente, por supuesto. No debía ella buscarla literalmente como si esta
fuese una caja de chocolates, sino de algún modo tendría que concentrarse
profundamente en su intención, en su majestuoso impulso de reconectar los actos
con una vida externa, inventar y sostener una coherencia latente. Pero sobre
todo, permanecer en su viaje de radicalidad sin que mucho se notara. Eran tres,
era ella. Eran todos, era todo.
Por qué
mejor no te vas a ese país en donde está el 35 % de desempleo. Sorprendida
identificó su mala intención. ¿Y por qué he de irme yo a ese lugar? Era
cuestión de mostrarle con un gesto honesto lo que ella pensaba. No se puede ser
más idiota. Mientras el café recién preparado soltaba el dulce aroma. Continuó
la conversación. Recordó entonces la ocasión en dónde le había pedido ayuda, pues un ex novio
andaba acechándola agresivamente, con gritos, con muestras de violencia. No sé
qué hacer. Todo mundo tenemos problemas. Y recordó magistralmente la vez que la retó acusándola de
no poder sacar su profesión o del ocasión donde la dejó de apoyar
económicamente sólo por no estar de acuerdo en su inteligente decisión de
seguir su iluminada por su apego a los libros. O cuándo tomó valor para hacerle
saber que su amigo la tocaba, la amenazaba por las siempre ausentes y sensatas
explicaciones. Su avaricia; su desagrado por la vida en responsabilidad. El
incontrolable y triunfante desentendimiento por sus hijos. Su ahora vejez
lúcida. Sus palabras vacías, su apatía evidente. Su tenaz desagrado ahora
evolucionado.
De niña
corría a esculcarle su mochila pues siempre en ella cargaba maníes. Su cariñoso
comportamiento. Hasta que un día, simplemente decidió
no tener más aquellas pequeñitas atenciones sinceras hacia ella.
Este es
el plan; lo que deseo compartirte. Nunca debí haberme venido de la ciudad, este
lugar no es para mí, no me gusta acá ni hay nada relacionado con mis aficiones.
Y a decir verdad, no me agrada tu desamor pues es grotesco por la presencia de
tu idiotez.. No veo en ti
parecido ya a mí. Cuándo fue que mi desprendimiento hizo que tu intolerancia
surgiera. Era mi libertad a no detenerme lo que molestaba, mi siempre aclamada
demanda a decir lo que yo creía que era real, necesario y honesto. Cuando en
realidad tu mejor talento lo habías desarrollado al evadir. Al decidir una vida
en comodidad para ti solo. Tu falta de coherencia, tu siempre aclamada evasión
que te mantuvo a salvo de cualquier responsabilidad. Los seres podían existir
alrededor tuyo pero nunca por si mismos porque eso implicaba verte; interactuar
con ellos, tomar la medida de sus existencias, ocuparte de ellas. Simplemente
con tu cariño que en un tiempo pudo haber sido percibido como avasallante. Poco
a poco fuiste barriendo los trozos de tu alma que caían por tu grande casa.
Comenzaste a no hablar, a ser casi mudo. Tu ropa eso sí siempre perfumada,
planchada y colgada. Tapabas con pintura lo viejo, lo que necesitaba de
reparación, novedad. No toleraste en realidad nunca los cambios, el movimiento,
la naturaleza de la vida eligiendo así a no ser parte más de ella.
Había
decidido sabiamente ella no dejarlo en esa inventiva. Había acomodado todos los
recuerdos en un globo, que milagrosamente pudieron entrar en él y lo soltó al
cielo sabiendo que ese era el lugar en dónde mejor pudiera ser callada su
pasiva muerte.
No
había dejado de denigrarla, sin embargo no veía sólo eso ella, conocía de sus
palabras una muy pequeña luz que se perdía en el humo de sus cigarrillos. Ella
no le faltaba decir más nada. Él siempre pensando que nada malo había hecho en
como se había decidido su existencia, su vida como proveedor. Que era en
realidad para él algo muy simple: les doy, techo, comida y les enseño a
trabajar. Lo demás no me corresponde. De ahí la importancia de sus tres. De su
nuevo todo, sus todos.
Descifrar lo que es su presencia, y utilizar su poder para ver a sonreír no
sólo a su inteligencia sino a los dos que la rodeaban accidentalmente
permanecían cerca de ella.
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