La
importancia de su ser no radicaba en el cuerpo; en una vida exitosa, ni mucho
menos en la imperfecta armonía hiriente de su relación amorosa. No amo a tus padres, te amo sólo a
ti dijo el hombre. El abuelo le decía al nieto. Era sencilla la
majestuosidad con la que quería encontrar silenciosa y obsesivamente la
libertad dentro de la masa acongojada del cuerpo; de la sonrisa ahora ahogada.
En sus canas rizadas.
No había nada de malo en ser feliz por tantas
horas recordaba, y mucho menos abrirla, pintarla siempre con sinceras sonrisas
que en los demás vivían encajadas, u odiadas. Por qué la culpa de ser feliz, la
de ser infeliz, la peor: la de pretender negar la existencia para
comprenderles. Había desperdiciado un poco su lucidez en ello.
El cobertor como una gran bufanda para su
cuerpo. Avergonzada terminaba de nuevo viviendo su vida inusual. Cómo madurar
si el constante hábito de alegría la había desarrollado en su natural
exploración de juventud, de cuando las noticas malas se convertían en un
tragedias llevaderas y el tiempo le recordaba que su sentido común de madurez
estaba por cambiar porque desde luego no era ni la misma joven ni mucho menos la misma persona, pese a lo que
algunos pensaran. En su juventud, en la que tanto reconoció la conciencia de
saber que en ella tenía tantos derechos, tenía tiempo para equivocarse y sobre
todo, podía poseer sólo para ella la consecuencia de sus errores, sin tener
ningún serio agobio por ello; esa era la fiesta que tanto amaba de su juventud.
De cuando los errores no parecen ser sino sólo puertas de vidrio con ríos
frente a ellas. No había
crecido tanto categóricamente como en esos años, ni dentro de una casa con las
mismas personas por diecisiete años, en un comienzo y en un imposible eterno
final nadie se conocía ahí. Cómo ser ella cuando los demás parecían vivir
felices fumando su desapego. Su leal amante. Desde el inicio, aprendió a no
necesitarles. Después enumeró
privilegiadamente cariños. Los iba mencionando entre hojas de diario; finamente
entre dibujos, aromas, fotografías, y carteles con signos específicos. Los
hacía semillas austeras; invisibles. Las amarraba dentro de su ropa para que al
caminar, el aroma de éstas pudiera sugerir que no dejaran de seguir brillando a
su lado. Tés; libros, apertura y atrevimientos.
En ese entonces, la dicha cabía en su cuerpo,
en su cabello y en su siempre apurado andar. Se le colgaba como serpiente rosa.
Lluvia que le robaba silencios. Escuchaba desde lejos la inconformidad de los
que nada hacía por seguir un camino que dulcemente justificaba. Su vía era esas
noches frías; personas afines a ella. Lectura.
Sin
amantes; con su don para buscar lo honorable.
Lo libre; lo equívoco conseguía aumentar el
nivel de sangre, lograba ser la anatomía perfecta del júbilo al maquillar sus
labios; al buscar en los vientos la presencia de su entero derecho. Sabía que
esas noches de excesivo frío no la llevarían jamás a la tumba, sino por el
contrario, exploraría la capacidad de
tolerancia, la que su dulce cuerpo solía soportar.
La
habitación casa. Su mueble café. Los cuadros en su pared. El medallón colgado
en la pared. La planta que crecía sin pedir permiso, sin agua incluso, aún lo
insólito: sin tierra.
Este texto es hermoso, muy hermoso. Con lo que significa la palabra "hermoso", que se refiere a algo que no es solamente bello, sino además singular. Un precioso regalo para un día de Reyes. Gracias, Diana.
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