La tan esperada partida. En casa, todo estaba cubriendo menos
espacio. Los libros pasarían a formar parte de unas manos y ojos de un
caballero que sabía cómo cuidar de ellos. Las fotos, algunas pasarían a formar
parte de la casa de la única amiga que quería como si fuese hermana. Los
recuerdos ya tenían una orden. Los paseaba ya envueltos en su cabello rizado y
en algunas ocasiones los colocaba en una caja pequeña, dorada. Estaría de nuevo
contenta en su tan preciada experiencia pese a los riesgos. Sentada ante la
mesa, le dio por hacer la tan querida señal que de niña en tantas ocasiones
mostró al mundo su natural capacidad de honorificar libremente su gusto por la
libertad. Un recuerdo que cayó de un rizo. Ese gesto al comienzo de cada ronda
era un cuadro de alabanza incluso para la vida misma. Sus brazos extendidos a
sus lados, expulsados por el elegante movimiento de apertura hacia y para el
cielo. Era su parte favorita, incluso de mayor predilección que la libertad
acariciando su cabello en vuelo. Años formando parte de esas clases como
gimnasta y nunca había suplantado ese placer. Incluso, superaba la desdicha de
ser niña y de ser ignorada. Entre la autoridad manifestada por los adultos y el
inexplicable placer de dar independiente honor al atrevimiento y el placer que
le producía su amor a la libertad. Era
un acto que producía respeto, la miraban, la admiraba, pero sobre todo,
ella podía ser protagonista de un amor que sólo ella entendía. No era cuestión
de competencia, era un asunto de saber volar al atreverse a casi elevarse sin
tener alas. Su entrenador tenía como era evidente, favoritas pero eso ni le
importaba, es más ni la opinión de este, pues más que entrenador su evidente
amabilidad era siempre una constante que por ello era su amiga más que una
cualidad. Podía contar con ella, en tanto la dejaba de ver como cualidad. Su
seguridad de formación ante él no demandaba casi nada, sino por lo contrario,
sólo lo que en ella sobraba: clamor al derecho de ser libertad. Placer, en el
fondo amor. Eso recordó, cuando una de sus visitas decía a dónde vas ocasionas
problemas, nada respetas. Entonces la invitó a explorar en el cajón: mira ven,
te mostraré algo. Sin importar que nada entendiera. Sabes por qué quise tanto a
esta persona, porque no pretendía nada en mi vida, sino
sólo cuidar de mí, desde entonces supe de la importancia que tendría en mi vida. Artesano en tierra cirgen. A pesar de su
infidelidad, sabía serme leal. Hay diferencia entre ambas, y acá no encontré
nada de esto. Ni una cosa ni la otra. Tenía más razones para irse que para
mentirse. Los amaba irónicamente y pese a sus percepciones, siempre lo hizo con tranquilidad y sin pasión; a distancia y sobre
todo, entre gestos silenciosos; honorables como los que conoció a la edad de seis a nueve.
Imagen adquirida del Film Perro Andaluz.
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