domingo, 8 de septiembre de 2013

Copa “B” en antagonismo con la copa de vino tinto.



Distorcion no. 60. Paris, 1933. Andre Kertesz (fotografo).

Era la Mano encima de ella, de Dios, la que le impedía besar el quebranto natural que conocía de la vida; el de los golpes esos, como los Heraldos Negros de C.Vallejo: ” …Hay golpes en la vida, tan fuertes…!Yo no sé!/Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos/la resaca te todo lo sufrido /se empozara en el alma…!Yo no sé!.../”. 
Era obvio sentir como se paralizaba con su volumen; corría a su habitación a pasar noches enteras buscando una pieza por lo menos, pequeña de beldad: en la intuición rebuscada; en alguna imagen; sobre todo en su cerebro. Cansada de que fuese solamente un juguete sin uso ni función. Creería en él;  si comprobado estaba de su uso a el escaso; al degradado. Algunos afirmaban que los genios desequilibrados se volvían,  total, una cordura muy apoderada sagradamente no poseía.
Comenzaba el intento por su elocuencia creando en la razón la muerte de un par de desdichas que como había predijo antes en épocas tempranas de juventud: a quién diablos le importaría si se convertía en un ser tremulosamente pensante. En realidad ese interés era la natural inclinación a una dicha muy permanente. Por muy ridícula que juzgase la idea, esa de ser intelectualita, desde hace tiempo estaban basadas sus frases, pensamiento de planta, en los estímulos que extraía de todo lo que ella sintiese amatorio; es decir, todo aquello que la inclinara a una felicidad digna o gozosa sin exponer ningún  tipo de peligro, exponiendo sus demonios; era la sencilla composición  de seguir sus gustos sin labrar danos a ajenos.
No tendría vigor alguno la razón (del no cumplirse), adelantándosele así a la vida. Esa ventaja ahora sí tendría una justificación perfecta y en el fondo atorrante, pues lo hacía para no dar nunca, jamás, en su vida explicación alguna por la felicidad desbordante, la… exitosamente bien lograda.
Rondándose ante ella misma en su cocina; y en la casa que únicamente de verdad habitaba: su cuerpo no encontraba arbitrariedad alguna; las incongruencias ya no eran parte de su desanimado mundo inventivo.
 Nada, sólo noticias deprimentes del gobierno que bombardeaba a un humano país que ni a derecho a pedir asilo intentaban acorralar. La agresión parecía ser la invitada de sus últimos 1,200 días. El televisor, a distancia, le hacía recordar que nada le quedaba sino poseer un alto énfasis en creer en la forma; en la locura de emprender una vida que diera en extremo un resultado sólido y constante de satisfacción consiguiendo como siempre enaltecer un tanto su gloriosa y melancólica independencia. Serena y crujiente ambición.
 No les gritaba; les regalaba una átomo de luz en tolerancia, al divertirse de sus absurdos; que con frecuencia les hacía creer que de nada se daba cuenta. Qué eran ellos los que siempre, agradablemente, tenían derecho a ser enteramente falsos. Seres humanos asexxxuales.
¿Qué tenía de excesivo defender su existencia antes que su circunstancia limitada de representarse un ser Mujer?  Él, en cambio, veía en simple inspección en la vida que le presentaban todo le era aburrido, discriminante, sistemático y mediocre. ; casi todo falso y falto de sentido: un matrimonio sistematizado para la linda aceptación de una mierda de sociedad; el trabajo que le proporcionaba una módica cantidad de finanzas en las que podría con ellas engrandecer la cuenta de banco, incluso, para proveerles a su primer familia una solidez maravillosamente incrementada. Mago en el arte de imponer respeto.
 Acribillado por la insensibilidad de la historia que cargaba en su conocimiento;  atendía sólo lo que le ayudara a resolver el bienestar de sus hijos. Era una tendencia natural de él el no intentar profundizar donde no debía. Una elocuente atención y atracción a todo aquello que representara libertad emocional. Una astucia diversificada en colores. No dejaría por nada del mundo pretender conocer lo que ella tenía en sí por ofrecer
Manejar la sabia cordura; todo lo que sus padres tanto le repetían; en donde en el cúmulo de las sagradas arrugas podrían yacer. No era una enmienda la que buscaba, ni acribillar sus equivocaciones a un bolso viejo y sin funda. Era en sí mismo una sonriente y callada, muy discreta ganas de ser sí mismo. Jamás encontraría a la persona indicada para declararle toda su locura. Era por grados. Todo debía ser cómo un rio sereno, frío y sonriente.
Era así la fama le proporcionaba aparentemente una apertura confiable al mundo pero nada de eso marcaba sus sustos. No debía bajo ninguna circunstancia confiar en él. Menos en inteligencia viril, que las mujeres le llovían y todo lo que ellas simbolizaban: atenciones; mentiras, amabilidades. Casadas, viudas, jóvenes, lesbianas y alguna que otra celosa histérica; la que poseían el porte del dinero,  las sin dinero. Y a todas por separado mostraba representarlas intento considerar la palpable posibilidad de creer que en ellas, habría un poco de su hija. Además, ganaba más coqueteando de ese modo; al final siempre podría elegir lo que le apeteciera, el arte radicaba en disimularlo todo.
El acta de divorcio enlistaba las demandas alguna vez acordadas. Uno: no dejar de tirar la basura de afuera; dos no permitir que ninguna mujer de nuevo abarcara tanto en y de su vida, tres, no discutir apasionadamente con ninguna y cuatro, esperar que sus hijos tuvieran mayoría de edad para colgarse ahora la apertura cubierta.
            La identificaba, sabía ante todo que su tiempo no se perdería nunca más en una vida sin resolver. Pertenecía eso si a un ateísmo contradictorio; la necesidad constante de buscar espacios de intimidad para evocarse a un intento de claridad: no le bastaban. Encontraba en espacios plenos de razón lo que quizá, sabría no conocería en nada ajeno a su cuerpo, a su consciencia, a su sagacidad bien uniformada.
            Tendría dos días experimentando el fenómeno de invadir la energía de sus contrincantes: cuando observaba como la agresora comenzaba a desplazar el dolor en la critica y comenzaba a humillar sin limite y con total pasión, comenzaba a identificar sólo alguna palabra rescatable para que ésta, la hiciese conocer un contexto con el que retomaría para no quebrantarse. Recordaba el vino tinto, la sonrisa compartida y las largas conversaciones en el sillón trasero de ambas casas. Vecinos eran desde hacía cinco meses en los que las lluvias y el frío había mostrado a la ciudad que ellos tranquilamente gobernarían en la ciudad por un par de semanas más. Comenzaría entonces, la historia entre ellos.


2 comentarios: