martes, 24 de septiembre de 2013

Como boca de mar abierto




                                                          "En dos partes dividida/ tengo el alma en confusión:/ una, esclava a la pasión,/ y otra, a la razón medida". Sor Juana.



Al cerrar la conversación con el 'hasta luego' reconoció el recorrido de las melodías de una serenidad excitante. Enamorada en soledad; entre esas sus costillas trabajadas. Lloraba; reconocía en el auto, ese sabor angustioso... divertido.

 No sabía qué hacer con ella: lloraba; se tranquilizaba. Derrotada dejaba que el azul de la noche la abrazara terminando obvio, seca en llanto. ¿Cómo era posible que a todo su torrente en fuerza; por esta ocasión ,debía regenerase sola y encima, en sí misma? Impulsada  por el incontrolable y colorido temperamento. 

Qué historia tendría la vida para ella. Ni respirar la había dejado. Elegida (ante la vida se consolaba) por esa fuerza interna que poco a poco se había transformado en su peculiar cualidad; no podía descansar, las lecciones de vida le llegaban de visita a su casa con demasiada constancia. 

Siempre desayunaban en su comedor, o salían en fila debajo de su cama, algunas veces en silencio, otras de golpe, matándola temporalmente por meses.


Había descubierto su ser mujer entre desdichas, quebrantos, errores y desiluciones.

 Conocía la virtud de la ironía misma que le parecía suprema a tempestades, se la habían metido en su piel y encarnada algunas veces le sangraba.


La sexualidad no tenía nada que ver con todo el tabú que entraba en sus sentidos, ni por medio de los desagradables recuerdos que intentaban agresivamente dialogar con ella. Su cuerpo no era una trozo sólido de belleza eterna, sino por el contrario, le parecía en sí misma efímera, conceptual para otros. Extía sí, pero no poseía el permiso especial para engrandecerse sin autorización. 

Conocía su inmensidad; la olía, convivía diario con ella. No sabía qué hacer con todo ese castillo que emanaba de ella.


El latir de sus labios y el intenso deseo divertido de entregarse, el volverse indispensable por dar placer, que mejor modo de rendirse a la bondad. Sin saber si lo que le pasaba era malo o inofensivo. ¿Debía quedarse paralizada ante la poesía desprolija que habitaban en las palabras de su cuerpo? éste, que tanto le estorbaba y que se alimentaba de prudencia y de autenticidad, no podía ser ahora un nuevo ser abstraído de colores, de serenidades acompañadas sobre todo, enteramente de la fuerza del tacto. 

Terminaba llorando largos y serenos bosques, desmayada quedaba por sus aromas; en el suelo palpaba el latir de la tierra en las yemas de sus dedos, sin ocupar en si de los oidos quedaba ahí perene, muerta de tanta atención implorando un poco de misericordia a tanta vida en si.


Cepillaba su cabello para ver si podía ocultarle un poco de frescura, aromitizaba su piel a cada intsante porque se sabía tan con vida que de algún modo su instinto debía estar con armonía con la Soltura. Señora admirada y dependiente ya para ella.


No sabría como encarcelar eso que tanto deseaba exponer. Un maratón poético en belleza en donde sólo caben dos seres sabios de magestuosidad; abstraidos del dolor, substanciosos por si mismos; todas sus moderaciones discrepadas e insunuantes.


Ninguna sensación, color, ente o dicha, podía darle consuelo; se estaba besando sin poder para con la nada. Era un mar seco, diluído por el dolor de ver en él tanta posibilidad de vida. Su deber no radicaba en la estructuración de corduras, ni ambicionar la dulce compañía, no. Le lloraba desconsoladamente a su deseo de estructurar, de acompañar, de tolerar, de ceder, de experimentar, de violentar, de armonizar, de joder, de existir.


No sabía por qué era dominada por ser un tanto al vivir. Tendría que creer fervientemente en los milagros para que de nuevo se accidentara con la seguridad que proporciona el abandono al mundo, concibiendo así el que para ella era más mejestuoso: el de la intimidad; altar para muertos; desproporción aumentada; silueta soñada. Era la muerta en vida... el conocer todo esto y andar en vida cotidiana reconociendo la subliminidad.

 Dentro de esa desolación, era irónicamente donde más la producía, no habría razones válidas ni pequeñas para descomponer el placer de seguir intentando conocer el valor de la distorsión, que al parecer intentaba aparentemente presentarle con demasía la vida.

 Nadie podría estar tan equivocado como ella; ahí, justo es ese instante de majestuosidad, era donde más escuchaba los sonidos de una dialéctica de amor. Ahí: rendida ante si misma; deshecha por la fuerza que la deboraba, ensimismada de seguir amando sacrificadamente en silencio; de ella para el mundo, de todos para nadie, de pocos para ellos, de muchos entre ellos.

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