viernes, 13 de septiembre de 2013

Alazán negro


           
            Sin considerar las razones personales ella creía más en sus miedos que en lo que el pensamiento inconsciente pudiera proporcionarle, de algún modo la prevenían; el temor al final no era enemigo; herramienta, no destino. Total una más entre millones, cómo harían aquellos que padecían esquizofrenia, o pánicos inmóviles que ni de sus casas podían salir. Como seria vivir en esos cuerpos, en esas mentes atormentada. Ella sólo contenía un par de miedos que la habían neutralizado por tres mil seiscientos cincuenta días. Se veía al espejo y de su imagen tomaba piezas y las colocaba en la parte más de su baño para que pudiesen nutrirse un poco de la humedad; los colores los colocaba en las piezas de pan dulce que tanto gustaba y plácidamente se los comía. Notorio era, que sabía jugar con su descontrolada desolación.
 Llovían las tormentas de sus amistades con sus ofertas, que eso te proporcionará paz interna y demás (ingenuos pues pizca de chocolate no es). Mira, I. ésto te definirá ante las posibilidades que la Nueva Era proporcionan: tarot, yoga; es tu hijo niño índigo…; que psicología espiritual; miles de... opciones más. Na ¡para qué tanta babosada! si ella no tenía problema alguno al identificar su inconforme y natural ímpetu de la aparente irrelevancia de su existencia, de todos modos eran ellos lo mismo: seres con hambre de seguir la  falsedad de mostrarse con vida cuando sus mohos cerebrales eran cada vez más que visibles, re predecibles. Aún así y como hábito continuo secaba con sus dedos un poco de gotas de humedad de sus frentes que irónicamente siempre olían para ella dulce.
Cuando veía como en sus botas pasajeramente quedaban el frio de los recién formados charcos de agua, pensaba sobre el momento exacto cuando comenzó a creer que su vida podría ser, o la relevancia de una felicidad fortuita y, o descomunal, o, la aniquilada; muerta alegría de aquellos que gozaban de verla miserable y desproporcionadamente deshecha. Porque esa era la intención de algunos: verla caer, amargada; gorda y apagada. O sea, la existencia enaltecida al cero en potencia. Ya sus creencias en las ciencias exactas podrían ser no el escape, sino su última opción. Total, el existencialismo no era radicalmente un nuevo concepto para la humanidad.
            Estaba tan experimentada como desilusionada, no había razón alguna; bajo ninguna circunstancia era relevante que se supiera lo que ocasionaban sus más perjudiciales e intensos pesares. Para que mencionarlos; si en realidad tendría siempre ella la opción, o de embellecer la existencia poniéndole un poco de onda sin fingir ni un gramo más de bienestar, o podría por otra parte, seguir la tortura asfixiante de encarar la realidad, que en si misma, asquerosa era.
 Las personas eran como un regalo, o agradable o impúdico por abrir. A todas la ponía en cajas imaginarias: las enmarcaba con una línea fluorescente cuando le hablaban cada ser tenia un color especifico, los cuales representaban las miserias de ser humano: el odio, la derrota, la ambición, el egoísmo, era mejor identificar en ellos de que pata cojeaban con los que trataba, total ni cuenta se daban de su cotidiano escaneo. Por otra parte, cuando se descuidaban los olía; le divertía todo eso. Algunas veces se sorprendía de los congruentes resultados que estas adivinanzas generaban: cuando buscaba encontraba los secretos más destructivos de y sobre ellos.
 Vivía en un permanente cosmos de burla, no porque la gente le pareciera idiota no. Era un modo de filtrar lo que no le agradaba, que era casi toda realidad por más sencilla y ajena que ésta fuese, la realidad y la miseria de la existencia coexistían ambas sin su autorización y demandaban fervientemente la mitad de su ser.
Eran a menudo estas realidades humanas, casi todas babosadas que no eran dignas de observar. Y que igual, formaban parte de la exigencia natural de decidir una cadena constante de relaciones humanas en su vida; que porque decían, que importantes siempre eran. A sus cuarenta había conocido un par de personas válidamente importantes y extenuantemente significativas. Sólo el Par. El resto, aglomeración en incertidumbre.
La variación habitaba en la realización de una sofisticada felicidad. Era en ella, donde la inventiva se convertía en gran posibilidad de creación, ahí sí podían ser ubicadas todas las personas entrechocadas  entre sí. Ni sus demonios podían opacar sus quebradizas perturbaciones; sus incongruentes reflexiones; sus tan decaídos intentos en sus sobresaltos filosóficos y existencialistas que tanto mojaban sus sábanas.
            Se producía el balance perfecto al ocupar su mente en cualquier producción intelectual atenuando así, la normalidad en su caminar, en su hablar en su codificar incluso, hacia las personas.
Su esencia no era molde, mucho menos padecía de caducidad  pasajera; grito abierto eran las montanas de algunas mentes que penetraba y que conscientes de alguna presencia loable en valores mutuos y generados sí lograba conocer, conseguir, agrandar. Había en ese camino una reciprocidad peculiar; en las tormentas de tierra: una serenidad de apreciación en los moldes desnudos que argumentaba delicadamente con algunas reflexiones o palabras amables, o sencillamente pensadas.
            Podría de día dejar de pertenecer a lo vulgar. Su arrogancia tan sabiamente educada; su acento portugués y su escandaloso andar pronunciaba una gran adelanto sexual cada que sus recitales se convertían en escenas fotográficas, Era de profesión contadora, pero era de esas mujeres que su sólo andar ligero ante la vida producía celo, envidia arrolladora y sobre todo, calidez para cualquier ajeno. Tenía un carisma espectacularmente agudo, a muchos agradaba, y a pocos amaba. Tal vez de ahí la ambición de su energía engrandecida. La tolerancia a los arrebatos ajenos que siempre conflictuaban su aparente crecimiento, su enaltecida realidad. Un comienzo continuo sin fin mucho menos principio. Con desazón y agudeza embriagadora, sofisticada y endeble.

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