No podría fallarle esa corbata, era mujer: una joven y
radiante mujer de brillantes ojos. ¿Cómo la ciudad le negaría algo? Si era dueña
de ese frio. De esa nueva y tan esperada
experiencia. La ciudad corrían de prisa, su interior solo recordaba que era
importante verse elegante, parecer gata; podría ser hasta ahora su mejor idea.
No podría más aceptar a nadie de su ciudad, de su pasado, pues deseaba tanto
compaginar con esa sed de pertenecer una vida, nueva como ella. Pensar que apenas
dos años atrás su madre le había sugerido casarse con se bello novio de
diecinueve, amoroso y estable. Su sandalia, sus siempre vestidos cortos le hacían
sentirse prudente. La luz de los días estabas cubiertos ahora de lluvias. Vivía
obsesionada con ellas y con su aroma. Corría por las mañanas de rodilla como gata
en celo por esa alfombra para poder oler el aroma a dulce tierra. Desde su alta
ventana adquiría la satisfacción de recordarse que por fin vivía hospedada en
ese nuevo edificio con Rosa, la mujer solterona de la que sin exagerar, tan bien le habían hablado. No le interesaba, obvio
conocerla, sino compartir con ella amistosamente ese dulce departamento con
aroma siempre a limpio. Ella sin embargo, a diferencia de Rosa, corría e
incendiada con la nerviosa sensación de mantenerse delgada. Disciplinada. Podría
de nuevo correr aunque sus defectuosos pies no se lo permitieran. Total, ahora
la ciudad sólo sabía de ella su nombre, conocía su largo y rizado cabello; sus
ojos oscuros que tan bien compaginaban con las camisas excéntricas que había adquirido
del amado closet de su padre. Podría sin duda subirse a esos taxis de ruta que
le había mencionado la apática de su vecina. Era eso, su primer día de vida.
Era temprano. Era ese joven sin atractivo pero de andar
firmemente elegante, silencioso. Le coqueteaba sin perdón a la mujer normal, de
cabello lacio. Eran simples para ella, pero el chico parecía estar dispuesto a
algo. Era ese pin de Bach lo que tanto le había gustado de él. Te veo en la
cafetería de aquí de la universidad. Sí, sin falta a las once de la mañana.
Pero prométeme que iremos a un mejor lugar, este lugar es extraño. Feo,
pudieras mejor mostrarme un poco de la
amabilidad de esta ciudad, tú que la conoces.
Leía. Ella apresurada por llegar un poco tarde le vio leer
una novela: Drácula. ¿Desde cuándo lees eso? Está interesante. El amor es algo
eterno. ¿No lo sabías? No. Supongo que tendré que leerla. Su aroma, el aroma y
su ropa siempre azul. Era un restaurante con ventana al olvidado mar. Era un
joven que se preocupaba por llevarla a un lugar dónde la comida era
vegetariana. Sí. Este lugar es un lugar para ti. Fue su primera insinuación.
Tirarle un trozo de árbol en su pecho. A los días, mostró la belleza de la
bahía de la ciudad vecina. Y me mostró la casa de su familia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario