domingo, 8 de septiembre de 2013

Copa “B” en antagonismo con la copa de vino tinto.



Distorcion no. 60. Paris, 1933. Andre Kertesz (fotografo).

Era la Mano encima de ella, de Dios, la que le impedía besar el quebranto natural que conocía de la vida; el de los golpes esos, como los Heraldos Negros de C.Vallejo: ” …Hay golpes en la vida, tan fuertes…!Yo no sé!/Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos/la resaca te todo lo sufrido /se empozara en el alma…!Yo no sé!.../”. 
Era obvio sentir como se paralizaba con su volumen; corría a su habitación a pasar noches enteras buscando una pieza por lo menos, pequeña de beldad: en la intuición rebuscada; en alguna imagen; sobre todo en su cerebro. Cansada de que fuese solamente un juguete sin uso ni función. Creería en él;  si comprobado estaba de su uso a el escaso; al degradado. Algunos afirmaban que los genios desequilibrados se volvían,  total, una cordura muy apoderada sagradamente no poseía.
Comenzaba el intento por su elocuencia creando en la razón la muerte de un par de desdichas que como había predijo antes en épocas tempranas de juventud: a quién diablos le importaría si se convertía en un ser tremulosamente pensante. En realidad ese interés era la natural inclinación a una dicha muy permanente. Por muy ridícula que juzgase la idea, esa de ser intelectualita, desde hace tiempo estaban basadas sus frases, pensamiento de planta, en los estímulos que extraía de todo lo que ella sintiese amatorio; es decir, todo aquello que la inclinara a una felicidad digna o gozosa sin exponer ningún  tipo de peligro, exponiendo sus demonios; era la sencilla composición  de seguir sus gustos sin labrar danos a ajenos.
No tendría vigor alguno la razón (del no cumplirse), adelantándosele así a la vida. Esa ventaja ahora sí tendría una justificación perfecta y en el fondo atorrante, pues lo hacía para no dar nunca, jamás, en su vida explicación alguna por la felicidad desbordante, la… exitosamente bien lograda.
Rondándose ante ella misma en su cocina; y en la casa que únicamente de verdad habitaba: su cuerpo no encontraba arbitrariedad alguna; las incongruencias ya no eran parte de su desanimado mundo inventivo.
 Nada, sólo noticias deprimentes del gobierno que bombardeaba a un humano país que ni a derecho a pedir asilo intentaban acorralar. La agresión parecía ser la invitada de sus últimos 1,200 días. El televisor, a distancia, le hacía recordar que nada le quedaba sino poseer un alto énfasis en creer en la forma; en la locura de emprender una vida que diera en extremo un resultado sólido y constante de satisfacción consiguiendo como siempre enaltecer un tanto su gloriosa y melancólica independencia. Serena y crujiente ambición.
 No les gritaba; les regalaba una átomo de luz en tolerancia, al divertirse de sus absurdos; que con frecuencia les hacía creer que de nada se daba cuenta. Qué eran ellos los que siempre, agradablemente, tenían derecho a ser enteramente falsos. Seres humanos asexxxuales.
¿Qué tenía de excesivo defender su existencia antes que su circunstancia limitada de representarse un ser Mujer?  Él, en cambio, veía en simple inspección en la vida que le presentaban todo le era aburrido, discriminante, sistemático y mediocre. ; casi todo falso y falto de sentido: un matrimonio sistematizado para la linda aceptación de una mierda de sociedad; el trabajo que le proporcionaba una módica cantidad de finanzas en las que podría con ellas engrandecer la cuenta de banco, incluso, para proveerles a su primer familia una solidez maravillosamente incrementada. Mago en el arte de imponer respeto.
 Acribillado por la insensibilidad de la historia que cargaba en su conocimiento;  atendía sólo lo que le ayudara a resolver el bienestar de sus hijos. Era una tendencia natural de él el no intentar profundizar donde no debía. Una elocuente atención y atracción a todo aquello que representara libertad emocional. Una astucia diversificada en colores. No dejaría por nada del mundo pretender conocer lo que ella tenía en sí por ofrecer
Manejar la sabia cordura; todo lo que sus padres tanto le repetían; en donde en el cúmulo de las sagradas arrugas podrían yacer. No era una enmienda la que buscaba, ni acribillar sus equivocaciones a un bolso viejo y sin funda. Era en sí mismo una sonriente y callada, muy discreta ganas de ser sí mismo. Jamás encontraría a la persona indicada para declararle toda su locura. Era por grados. Todo debía ser cómo un rio sereno, frío y sonriente.
Era así la fama le proporcionaba aparentemente una apertura confiable al mundo pero nada de eso marcaba sus sustos. No debía bajo ninguna circunstancia confiar en él. Menos en inteligencia viril, que las mujeres le llovían y todo lo que ellas simbolizaban: atenciones; mentiras, amabilidades. Casadas, viudas, jóvenes, lesbianas y alguna que otra celosa histérica; la que poseían el porte del dinero,  las sin dinero. Y a todas por separado mostraba representarlas intento considerar la palpable posibilidad de creer que en ellas, habría un poco de su hija. Además, ganaba más coqueteando de ese modo; al final siempre podría elegir lo que le apeteciera, el arte radicaba en disimularlo todo.
El acta de divorcio enlistaba las demandas alguna vez acordadas. Uno: no dejar de tirar la basura de afuera; dos no permitir que ninguna mujer de nuevo abarcara tanto en y de su vida, tres, no discutir apasionadamente con ninguna y cuatro, esperar que sus hijos tuvieran mayoría de edad para colgarse ahora la apertura cubierta.
            La identificaba, sabía ante todo que su tiempo no se perdería nunca más en una vida sin resolver. Pertenecía eso si a un ateísmo contradictorio; la necesidad constante de buscar espacios de intimidad para evocarse a un intento de claridad: no le bastaban. Encontraba en espacios plenos de razón lo que quizá, sabría no conocería en nada ajeno a su cuerpo, a su consciencia, a su sagacidad bien uniformada.
            Tendría dos días experimentando el fenómeno de invadir la energía de sus contrincantes: cuando observaba como la agresora comenzaba a desplazar el dolor en la critica y comenzaba a humillar sin limite y con total pasión, comenzaba a identificar sólo alguna palabra rescatable para que ésta, la hiciese conocer un contexto con el que retomaría para no quebrantarse. Recordaba el vino tinto, la sonrisa compartida y las largas conversaciones en el sillón trasero de ambas casas. Vecinos eran desde hacía cinco meses en los que las lluvias y el frío había mostrado a la ciudad que ellos tranquilamente gobernarían en la ciudad por un par de semanas más. Comenzaría entonces, la historia entre ellos.


viernes, 30 de agosto de 2013

El sentido del desparpajo (las fantasías sexuales acorraladas).


“El escritor muchas de las veces lo es porque ambiciona destacar; lo es, para comprobar que su conciencia y razón, ambas, le pueden ofrecer el cielo o el infierno. Eso sí, ambos a su favor; cuando en realidad no sabe ni puta madre qué hacer con ellos, como consecuencia, desesperadamente se miente”. D. Rosas.
                        Segura estaba que todos veían pornografía a escondidas. Algo que nunca había escuchado alguien preguntara por ello. No dejaría por y ante nada hacer esa novela aunque el día tenga veinticuatro horas. Quedaban esos minutos tan apretados como los jean que le súper ajustaban desde ya, dos veranos pasados. No le sobrar el tiempo, y mucho menos, las dotes monstruosas del ego intelectual que tanta acción genera en el trabajo de un escritor común (rata patona). Café, alimento saludable; ropa para no planchar; peinado sofisticado para no maquillar; no escotes, no zapato clásico, pero sí satín en blusas abotonadas.
            Por muy rosa que le pareciera el resultado de dicha novela sería al final un descomunal intento por darle de nuevo un nombre a algunos espacios de su existencia, que eso sí le interesaba, no llegaba todavía a exigirse un trabajo intelectual respetable y de renombre, eso le importaba un pedazo de hoja de otoño, o tanto comer un trozo de carne fría. No estaba para exigencias irracionales, no por el momento.
            Entre el cacho de hoja de otoño y…
Tenía ya meses viendo videos pequeños de pornografía lésbica, hay algo en ellas: ese modo sereno, silencioso y un tanto más plácidamente creíble, ríos que le permitían tolerarles; agrandaba el verles con atención, por lo menos un par de minutos más a diferencia de los otros videos. Era que su inteligencia en impulso necesitaba ver el lado humano en su vida cotidiana; ese,  el lado floreciente de la humanidad sin que ella tuvieses la necesidad de deambular con acción en la peligrosidad bizarra del humano: no, con extraños nada. Ni los espontáneos buenos días. Menos con las imágenes púdicas de tanto ser sexual gimiendo. Ah, a, a, a, ay.
Vivir la sexualidad desordenada ocasionaría a su conciencia una desvariada realidad que de verdad no le interesaba. No eran los actos sexuales en videos lo que la hacían desear adentrarse a experiencias parecidas. U no, mucho menos eso. El ver, saber la curiosidad de conjeturar que las personas vivas hacen con su inconsciente de necesidad sexual, un algo que a ella la verdad lejos estaba de concernirle, pues experimentar por lo pronto no quería. Desencarnar más bien, por una parte, que la vida no pasaba fuera de su puerta en vano; porque el pretexto de la vida era ya desde hace mucho el realce de la misma. Vidita aquí, vidita mundana, pero con un enceguecedor sentido, eso sí peleaba, eso sí buscaba.
En los videos pornográficos de mediana normalidad: donde los hombres gozaban de una aparente fuerza tan garbosa como antigua; majestuosa en su brutalidad, tan pedante como arrebatada, tan, pero tan fuera de contexto erótico, tan de todo que terminaba tirada de la risa. Eran las mujeres pintadas en exceso y los hombres que las golpean al mamarles el pito tan absurdamente ridículos en masas. Por otra parte, veía los que están de verdad gozando al ser animales no sabios: sin gemiditos actuados; sin los bufos golpetazos masculinos.
Las mujeres de cuerpo perfecto, de peinados adheridos a la elegancia y a la vulgaridad, pero eso sí tan p e r f e c t a m e n t e depiladas. Lo que era al final, más envidia le daba. Pues esas mujeres de algún no gozaban dela conciencia rasposa de pensar tanto en sí mismas que su animalidad brutal no las convertía para ella en sólo seres sexuales: artífices de la realidad humana; o, esos machos por lo general de cuerpos nada perfectos, con actitudes salvamente desagradables e idiotas. Deberían envidiar a los grandes del Renacimiento. Sí esos, los de los videos, esos: las Vergas Gordas: que la quieres, que no la quieres, que pídela y frases cortas en inglés. Oh! esos… y las mujeres por supuesto muy jóvenes, tan pequeñas incluso de cuerpo; las que deben dar la impresión de ser las más sexuales. Inmensidad de Lolitas para tirar al cielo, ellas. Estrellitas que pueden ser colgadas en los espejos de los autos, en las paredes de algún taller mecánico o en la habitación de un adolescente susceptible. Ah, delicias pequeñas para nuestras pupilas.
En una ocasión descubrió en dos parejas realidades convincentes en sus movimientos una congruente armonía: en el modo en que se miraban y sobre todo como se tocaban el uno al otro. La primer pareja eran dos jóvenes mujeres que se estremecían la una y la otra y no en turnos, y con una sutil coherencia, entre sus blancas pieles no había pertenencia, había una solidez tan íntima que quedó sorprendida. En la segunda pareja era notoria al instante la realidad de ser tan cual; par de sexos opuestos y poseedores ambos, de un lenguaje corporal estimulantemente poetizado por el excesivo gusto del uno por otro, se tocaban el cabello, se cuidaban de las luces, se olían. Se vivían concentrados endeblemente en una materia de existencia en donde la razón no cabía en presencia, menos necesaria era.  Insultaba supongo, concluía ella, cualquier asomo de la razón. Ahora sí ni los grandes filósofos. 
Cuando por las noches el pensamiento arrebatado y sin orden la despertaba, corría a su cocina por un poco de agua fría. Líquido que al tocar sus labios le hacía recordar la compasión que ella ya era capaz de abordar para su siguiente amanecer; su consecuente día y la reapertura de constantes proyectos que llevaba siempre al unísono. Era eso, el reloj que la atormentaba sin ni siquiera sentir siempre el gusto por la cordura; la discreción de siempre manejar una imagen que los demás pedían: debía verse siempre presentable, es decir, la mayor parte de las veces con zapatos clásicos y ropa nada vulgar. Pero eso le quitaba tiempo: cuarenta y cinco minutos exactos en absurda demanda. EL cabellito en su lugar; la pelea absurda ante la senectud que otros tanta importancia le daban. Qué jodida idea.
Las palabras en su vida cotidiana eran algunas veces veneno para los que convivían cerca o en ella; a menudo se enfrentaba a la tortura constante de su amor a lo ególatra, alienígena sediento del corazón humano. Se mezclaban siempre.
 Esa sabia manía de cambiarse de nombre cada par de días ya no le divertía, la atormentaba. En quién debía convertirse después haber visto la película en donde el porno estrella debía acatar ordenes, después de esa película alemana, veía esos videos con otro sentido, algo encontraría en algunos deletreos, en algunos gemidos, aunque estos estuvieran hechos para cumplir otra función. 
De saber lo que observaba con atención: la bella necesidad de ser reconocidos, que en el fondo tal vez tenían los que ella amaba en, ante y frente a su nombre: la soltura, la mentira abierta traducida como honestidad.
Se aferraba a algo fuerte: pasaba cada temblor; cada que alguno de los que le interesaban pronunciaban de diferente modo y variante entonación, palabras rebuscadas de sentido y sinceridad, siempre con alguna emoción inútilmente escondida. Porque aunque pareciesen humanos en el fondo algo en sus cuerpos podrían mostrar, total era en ellos donde siempre la memoria mas trascendente se quedaba en el cúmulo del diario de los secretos humanos, cómo hacer para darse a Reacción sin que esas memorias se perturbaran al fundirse como si en ella habían quedado recuerdos que herían torturaban sus blandos pesares; los videos podían ser la estimulación más transparente y abierta que un poema vanguardista, porque de la fealdad encontraba ella el estímulo funcional de una reacción abierta y sincera en donde ella junto con otra persona escribirían mandamientos que pudieran ser destrozados o tatuados por pesares de ambos.
 Por fin había desmentido la fortaleza aparente del morbo al acto pornográfico, sin necedad ante nada, bajo la supervisión de una total cosmovisión serena; un tanto aguda y fiable.



Marcel Duchamp, 1967. 'Marcel Duchamp Cast Alive'.


martes, 23 de julio de 2013

El gusto por la credibilidad (comienzo perpetuo)


Poesías; esas amabilidades inteligentes. Amaba tanto esa genuina estabilidad en la gente académica: unos buenos días, un no se preocupe, un está bien por ahora con esta documentación. Era absurdo por otra parte, darse cuenta que no estaba lejos de lograr su objetivo cuando por tanto tiempo había estado alejada de la libertad congruente, esa que amaba desde siempre, y que mejor aún, le había dado tanta compañía, credibilidad, seguridad: fortaleza. Lo único que reconocía  como garantía: podría en ella conocer gente que tendría todo en común con ella excepto su historia; su apacible hambre domesticada. Haberse convertido en una persona adulta y para colmo, llena de frustraciones  que lo encontraba igualmente fantasmal. Nada podría ser capaz de lastimar su juicio. Nada era nunca para tanto, aunque las lágrimas habían sido después de dos décadas sus silenciosas aliadas, las amigas que de algún modo tanto le habían estorbado; eran escrupulosas, taradas; siempre inconclusas. Podría de una vez enjaular con lumbre esas percepciones equívocas. Era su momento, su desdoblamiento, su penetración exitosa en plenitud;  con todo y el dolor que esto le generaba.
Era un ser humano el que de nuevo le había recordado que ella no pertenecía ya jamás a una historia convencional, pese a toda la incredulidad que la familia isómeramente se había dado a la tarea de hacerle eso creer. El destino le había jugado siempre limpio: con dolores inmensos habría comprendido que la autenticidad humana no era algo que la asombrara, sino  lo contrario, había en los seres humanos una falta de congruencia que por ello le parecían genéricamente hermoso. Bella era la mujer que caminaba cansada ante ella, el hombre adulto que olía a eso: a un ser vivido; atento a la sencillez en donde encontraba de verdad su fortaleza; las mujeres vulgares: jóvenes y llenas de maquillaje, y algunas excéntricas no eran repudiadas por ella, por el contrario, agradables por ser  predecibles: le recordaban el lugar donde había crecido entre desdichas y deliciosas comidas.

domingo, 14 de julio de 2013

Agosto acumulando hojas de otoño.

                                                                       Como camino yo/No sé si alguien hoy pueda igualarme/Como he llorado yo… Kany García.

Mientras más compadecía, más desolación encontraba. Maldita costumbre ésta de dialogar pensando siempre en ellos. Cuantas oportunidades ocuparán para ver la chispa de elocuencia que tanto la enorgullecía. Dejar de alimentar su perro, era eso una idea antiética, dejar que muriera como cuando la canoa esparcida en el lago llegó a aquella  montana tan silenciosa. Ellas, ellas que le permitían  llorar en las esquinas; encima de las hojas innumerables de ya siete otoños acumulados. Era extraordinaria su capacidad de volver a si misma con una enaltecida mentira de desparpajo. Tan fácil como dedicarse a una nueva disciplina física, tan sencillo como dormir plácidamente con segura devoción. No cabía ella en  tanta secreta majestuosidad, pues sabría  que si mostraba a favor, su don de transformar la muerte en vida, terminaría con el pésimo mal gusto de triunfar ante la vida con generando éxitos que sólo ella,  penetraba en ellos dándoles sentido: los éxitos no estaban relacionados al éxito ni  mucho menos, eran partidarios en esencia del sentido común.

    No podría ya compartir engaños, e igual consideraría de nuevo las posibilidades que la vida le presentaba con toda y sus refinadas, ocultas creencias por el pesimismo.  Podría contar como los soplidos infantiles ante unas velas en una torta lo que poseía en su vida: en donde había diálogos suplicantes de ternura; compasión quebrantada y dinero en su bolso: viejo, amado y sucio. Como podrían saberlo si ella convencida estaba de que les importaba; un carajo lo que hacia ella con su culo. Mucho menos sabían sobre  sus afectos; aislada poéticamente abandonada con sus secretos, con sus dolores, ate su belleza se rendía identificando perfectamente los momentos de peligro. Irónicamente  eran menos peligrosa la gente extraña que con los que aseguraban conocerla sólo por familiaridad, por anos de accidentado crecimiento a sus lados.

martes, 18 de diciembre de 2012

El cuarto de un poeta.





El lugar en donde podía disgregar toda su frialdad y encarar a la par sus preocupaciones; en donde lograba besar los tonos del poderío de la libertad, era como siempre en soledad, a solas. La piel se le había de nuevo conjugado a su esplendor; las heridas mutiladas eran sólo líneas acariciadas por el honor. Tras la secuencia de una recolecta de meditaciones había llegado al desenlace, al saber de que su persuasión no podía seguir austera, menos revocada. Tiempo ya agotado de ser coherente, oh tantos días de desolada derrota tenue,  no de orgullo, sino de un silencioso y embellecido enojo, y nunca empobrecido de vencimiento, no. Había dejado la brújula del frondoso árbol detrás del recipiente de basura, intentando así administrar su realidad en finos decálogos. Trozos en el retrete; fragmentos en el lavabo; grandes fracciones en las sábanas, en esas sus arrugas finas o bien, tan vivamente marcadas. Sin ser esto suficiente, cotidiana e inconscientemente crucificada restablecía el reconocimiento del cuarto; de una casa, del perfecto habitad para el poeta; se enmendaba en las paredes, fanática e inconscientemente encontrando así y ahí, salvación en equilibrio. Yacían en esas paredes las infinitudes de una vida real, una un tanto accidentada, una cantidad por moldear. Por fin nuevas aldeas grandes en colinas. La honestidad había enmendado las numerosas migas que las falsedades habían causado en la estructura de algunos fundamentales pensamientos; las pudo limpiar haciéndose así un magister del gran oficio de alfarero. Había perdido la costumbre de continuar, lo que le parecía peor, la de empezar. Antes, en pasados años, rastreaba en sus sensaciones y honestidades algunas brújulas con la intención de dar directriz a liviandades alargadas, convirtiéndolas un poco en alegrías. Combatía, restauraba pariendo dolores convirtiéndolos así, en metafísica pura. Al presente, a él correspondía encaminarse, pese a sus sensibilidades transgredidas, evaporizadas y distorsionadas. La vida de adulto le venía bien, a pesar de sus flaquezas lloraba a pedazos, a fuentes como sugería Girondo; entre desalientos y en grandes espacios buscados en retiro: ese su vertiginoso espacio en catarsis. Abandono salvo, salvo abandono. Deducía en cotidiana ternura; ordenaba con sepultada humildad y sangraba en seguidas ocasiones, cuando caía de humana. De esqueleto, de carne, de muerte;  

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Jeanloup Sieff, Dune du Pilat, France, 1973. Foto publicada en el muro de facebook de VLM.

viernes, 14 de diciembre de 2012

Entrevista (la dialéctica de escribir).



Entrevista (la dialéctica de escribir).

Tres maletas, solamente una roja; una pesada y otra aligerada por documentos de extrema importancia. Era el conductor de radio el que la ponía de tan mal humor. Que no lo soportaba decía, porque no decía nada inteligente. Intolerante eres, no de verdad mira si prestas atención te podrás dar cuenta que hay infinidad de programas televisivos llenos de porquería, de conversaciones sin sentido y lo peor, les recuerda a las personas que tienen mucho tiempo para seguir perdiéndolo como si no costara nada tenerlo o usarlo dignamente, para mí es una ofensa eso que tal ves para nadie lo sea. Se quedaría con dos gabardinas predilectas, alguna blusa elegante y su ajustado y siempre oportuno jeans aterciopelado. En disciplina con su vida y su persona desde hacia más de seis meses.  Zumos de verduras combinadas con fruta y un poco de agua aligeraban la concentración. Ejercicio moderado, dieta rigurosa y sabia, al final le recordaban que la autodisciplina era el camino que por ahora, era parte de una vida cotidiana y productiva que más que alivio, le producía una aliada y creciente alegría. No era culpa, no más bien un peculiar agrado por cuidar y vivir de esa satisfacción. Nadie le había enseñado que sorpresivamente la autodisciplina pudiese generarle tal bienestar. Reescribir en su cerebro siempre enumerando prácticamente sus prioridades diarias, eran parte de un preciado autorden ahora ya maduro. No debía educare, pues sabía que esa urgencia nunca sería del todo satisfecha por ella misma, le faltaban idiomas por conocer y dominar; cursos de cocina y un doctorado por comenzar y concluir; por otra parte, le quedaba un ser amado discreta y certeramente pensaba educar con el entusiasmo de un presente amor. El resto, la lista que daba directriz a su vida estaba compuesta del compromiso con su natural impulso de la formación. Y no de escritora, no, pues el intentar serlo le limitaba el profundo respeto que sentía por el amado mundo literario. Había decidido ajustarse ante la vida, su vida, metiendo en las valijas la infinidad de estructuras que su cabeza había absorbido a lo largo de una vida silenciosamente arraigada a los sinfines de agudas sensibilidades. No era el nombre de sus autores predilectos los que la seducían, sino las arraigadas fidelidades que sentía por aquellas pretensiones poéticas, sí, en efecto. Cursimente se había enamorado de muchos poetas, sobre todo, de esos oscuros agudos que poetizaban sus raras existencias. Eso era, al parecer lo que ella más amaba de sus lecturas; la inconsciente intención de esos seres por humanizarse, exorcizarse, pues ella firmemente creía que por muy transparentes que pareciesen esas poesías había siempre en ellas un coqueteo celoso a la muerte. De eso estábamos hechos total, el mundo entero. De la dialéctica casi siempre para ella perfecta. Los que nos decimos actuar humanamente podíamos pensaba ella, por lo menos justificar el intento considerando nuestra natural condición humana con tendencia a la miseria y a la desolación. Lujo era pensar que lo fuéramos en el mejor de los casos. Eran esas las respuestas que daba en las entrevistas. Díganos por favor, qué le motiva a escribir. Nada, la verdad escribo para no volverme loca o neurótica, para mí pensar es un infierno. Y lo convierto en el peor de los purgatorios si no le doy una sabia función. Cómo… en serio, eso le pasa. Y te digo más, comencé a escribir para purgarme, para desintoxicarme: estaba envenenada por todo y no lo podía controlar, no contaminada en términos adictivos o de odio sino de miedos, unos tan sabios y encegecedores, como la noche misma. Esos miedos terminaron. No, se tranquilizaron pero a decir verdad, mi máximo temor es reconocer cualquier potencia que pueda ver mi sensibilidad, o la que està en mi inconsciente, porque no soy de fiar. Usted, pero si nos parece una personalidad fuerte y definida. Y que, eso no me hace confiable, en nadie deberíamos fiar porque somos más complejos y radicales que la predilección del diablo mismo. Me sorprende con sus respuestas. Por qué. Porque me arreglo el cabello, te sonrío y me cuido la dentadura. Y sobre su educación tan variada; qué nos puede decir; ha influido a sus novelas. No, la verdad no, lo que le ha dado un poquito de dialéctica a mi literatura es el hecho de ser consciente de donde provengo. Veo que en los medios mientras más mienten algunos sobre su trayectoria más son realzados y nada que ver. Para mi lo mejor de escribir es saber que siempre tuve la libertad de decir la verdad y también de mentirles con refinada gracia, y no sólo por excesiva naturalidad; mi psique es más compleja que todo lo que les comparto, es más nada es lo que les comparto, con lo que es mi realidad como ente existente, y eso es irónicamente lo que me encanta de vivir. Esa es la verdad, de algún modo, y te lo digo sin presunción, los escritores somos un mal necesario. Nadie nos necesita literalmente hablando; pero los humanos vivimos por igual de especulaciones y escribir al final, da por igual, un orden sensato de lo que a uno le ocurre (si así lo desea uno), es en extremo limitado el ser humano: mucha razón y pura incongruencia, de eso nos arraigamos los escritores, aunque todos siempre pretendamos convencer que son por factores interesantísimos por los que escribimos, no es así, eso es mentira, servimos para dar ilusión, para no dejar que las mentes se conviertan en criminales, en este nuestro común de la sociedad, y sobre todo (esta es mi parte favorita): para que se sientan a salvo cerca de un espejo en donde seguro se pueden ver o proyectar sin atreverse siquiera a reconocerse. Lo peor de la naturaleza humana, es precisamente su complejidad; con un largo lapso transcurrido, me di cuenta que perdía el tiempo queriendo siempre entenderla obsesivamente, fue así como decidí escribir como hábito formativo.  Como yo, hay millones de escritores que de nada sirven; y los ha habido en la historia que han apoyado la idea de generar en la sociedad una ilusión, para poder seguir creyendo un poco en nosotros mismos, ilusoria y banalmente. Los  genios de nuestra historia, han sido necesarios y lo mejor de todo, es que algunos han sido algunos rufianes; locos, o algunos maravillosamente desequilibrados y competitivos, e irónicamente aparecen ahí, en libros universitarios expuestos en grandes estandartes cuando en la actualidad andan genios por igual, dignos de mención y nadie los nota, ni observan, mucho menos aprecian. Que son estos pelafustanes sino seres sin valor (dice la sociedad con su mirada inquisitiva e hipócrita). Usted entonces nos considera falsos. Sí y mucho, y eso no tiene nada de malo, lo verdaderamente dañino pertenece a otras cosas. Ya lo creo, pero eso no nos interesa, mejor díganos cuáles son sus influencias. Te puedo decir que sería lindo que leyeras los libros e intentaras junto conmigo descifrarlas. Pero te voy a contestar porque ellos fueron muy dignos conmigo. Tuve la fortuna de tener profesores respetuosos y sobre todo, cultos y muy amigables, que mejor influencia que ellos. Ellos enriquecieron el gusto por mi inquietud por conocer el mundo de las letras sencilla y coherentemente. Nos hacían leer mucho; en mi caso, me permitían escribir libremente sin formatos del todo estructurados, propios algunas veces, de las materias. No, lo único que me pedían eran que respetara los textos leyéndolos todos,  y después de eso, tenía la libertad de exponérselos del modo que quisiera y era ahí donde se incluía lo divertido. Por otra parte, más atinada mi respuesta a tu pregunta, te podría decir que la mejor influencia en su momento, fue la filosofía griega, la creo de radical importancia: no se puede expresar si no hay substancia y para ello, primero debe uno ir un poco a los orígenes de nuestro pensamiento occidental. Si te fijas, los grandes pensadores de mitad de este siglo, tienen siempre influencia de los primeros pensadores, siempre y si son decentes, presumen de ello. Por otra parte, adoro y me encantaba leer sobre corrientes filosóficas y  la literatura de vanguardia. Y como son sus lecturas. Variadas, y algunas veces me funcionan al darles un orden dependiendo de las demandas de trabajo que tengo en el momento; cuando algo me aburre desde el principio siempre lo abandono, pero para ellos siempre comienzo a la par con más de dos libros y termino quedándome con el que me enganchó instantáneamente. Y que piensa usted de los escritores de su generación. No puedo opinar sobre eso. No pertenezco a ninguna corriente intelectual, es aburrido y limitante, prefiero a la gente que hace su oficio libremente por puro amor y por posturas o vanidades banales siempre y cuando éstas, sean sólo una proyección y no una esencia, creo en la camadería pero no en la amistad filial entre colegas, del mismo sexo sobre todo. A los escritores nos encanta hablar de nosotros mismos, en eso sí estoy de acuerdo con Woody Allen. Recordemos que los seremos humanos somos complejos e idiotas. Yo adoro conocer personas, pero no me gusta pertenecer mucho a grupos determinados. Cambio mucho y mis valores no están del todo estructurados a la perfección, por fortuna. Y sobre la literatura femenina que piensa. Nada, que me gusta. Mucha de ella me aburre pero eso no significa nada, me aburro incluso sobre todo, de mí misma; no hay nada peculiar en mí, vivo conmigo mucho tiempo y eso te lo puedo confirmar. Yo requiero eso sí, de fuertes filosofías, muy profundas, vengan estas de donde vengan. Esas sí son mi línea. Hay sin embargo muchas pensadoras que admiro, más de diez sí.  Y las que me quedan por conocer. Bueno cariño espero no me tomes nada a mal, pero prefiero darle lugar a esta entrevista a alguien que merezca ser reconocido como bella figura. Un beso a todos y gracias por su tiempo. Por último, que piensa sobre…  






                                                     Fografía de Horacio C. Argentina, 1930.

jueves, 13 de diciembre de 2012

Marqués de Sade

Marqués de Sade.


De negro, y con sus lentes sofisticados; el look demacrado de psiquiatra exitoso había tomado ya otra figura. Era culpa de ella sí, de ella. Desde que entró a mi despacho los gestos en ese cabello dorado, tan; tan bien que enmarcan esa boca que me tiene vomitando cada que salgo por mi auto, por la parte trasera de mi consultorio, después de verla. Pensaba al encender su cigarrillo. Recordaba el incidente de los pasados segundos: había sido expulsado de su consultorio por tener los del consejo de psiquiatría imágenes en pleno coito con su paciente adolescente ninfómana.  Que idiota desde cuando el sexo entre paciente y psiquiatra es admitido.

Perturbado por sus tics nerviosos, creía nublado los parabrisas de su automóvil mientras el tenor agrupaba su intensidad dentro del elegante transporte. Sin verla, el sólo hecho de imaginar no tocarla por más de veinticuatro horas y saber que mucho menos ella, sabría como establecer un orden a ese presente controlando esos apetitos descontrolados; tan de ella. Mariana, joven y tan maléficamente ninfómana. Las posiciones sexuales; sobre todo su perversión en todas sus ideas; tan naturalmente heredadas para ella, la depravación parecía existir para glorificar su esencia.

Donde podrá él retomar y dar un mandato a toda esa tormenta. Al mirar sin atención las gotas de lluvia caer engrandeciéndose en el vidrio frontal de su auto recordaba. Qué es lo que mira usted doctor; lo puedo llamar doctor aunque todavía no me revise (sonrisa perversa),  doc no se escucha tan imponente como psiquiatra; mire la verdad yo vine aquí por voluntad, pues me habían exigido que pidiera ayuda y como lo vi vestido de negro con esas gafitas lindas, me decidí por usted. Además, mire que bonita tiene su oficina; le faltan buenos libros, estos parecen puras enciclopedias y a quién le importa tanto libro fino. Debería de leer al Marqués de Sade. Lo conoce usted doctor; a sus libros digo, no vaya a pensar que le estoy diciendo viejo no. De mis partes favoritas en su libro es cuando orina a sus amantes. No ha leído esas partes doctor. Mariana, sería mejor para usted si mejor deja de ser mi paciente ya hablé con un colega y está dispuesta a trabajar con usted, es de las mejores del país estará en buenas manos. Doctora, que por igual terminó seduciendo.

 Como él sabía tan bien, como para la vida de sus pacientes por vivir situaciones de tal extremo, había conscientemente decidido salvajemente seguirle el juego; mal no la pasaban y en el fondo creía la posibilidad de enamorarla, como haría él para vivir sin esas piernas y su ilimitado apetito sexual. Como explicaría todo eso a la prensa, o a sus hijos que le doblaban le doblaban la edad a Mariana, su esposa, tan elegante y ambiciosa siempre por unificar a la familia. Y esas fotos ya conocidas; por donde diablos retomaría todo el lio, como justificaría lo acontecido si ni capaz era de dejarla de ver por un día.  

Ella, entre tanta lluvia y delante siempre ante él en los lugares cada vez menos prudentes, le hacía volver a sus perturbaciones en calor, en abandono. Whisky por favor. Qué haces siguiéndome. No te parece divertido lo que pasa, no divertido no, estoy con toda mi vida destruida y para colmo, no puedo dejar de desearte. No te preocupes a los hombres el gusto siempre se les pasa. Cuando les dicen a una mujer me gustas muchos es porque la ven como si esta fuese una simple dona con buen sabor, las mujeres suelen ser más vinculadas en su sentido de gustar. Cómo me puedes decir eso. No te hagas el idiota. Si tú has hecho lo que te viene en gana conmigo, he hecho de todo por vivir tu juego. No, mío no de ambos, aunque gobierne yo según tu idiotez. Qué te hiciste en tu cabello. Me lo pinté negro, no te gusta. Me haré de todo en mi cabello, en honor a la variedad que he conocido hasta ahora. No será que crees estar enamorado de mí, gafas serias. Si se te está cruzando eso en la cabeza, créeme, es por simple aburrimiento porque al conocer tu lado depravado me doy cuenta que estás de lo más muerto. Porque yo he visto las fotos de tu consultorio, bueno el que era tu consultorio y a pesar de tus lujos y tu aparente vida perfecta, lujosa y bonita, te veo agotado, cansado y con ganas de no seguir viviendo con todas esas condiciones tan armónicas.

Tomaba de la botella de cerveza. Por ahora, tengo dieciséis años pero desde hace tres, que no puedo dejar de tener sexo con quien me apetece y no me arrepiento, me encanta a decir verdad, ni me asusta, ni nada de esas cosas, a mí esta normalidad me permite conocer los diablos que poseen las personas y eso me protege más pues de quiénes uno debe sólo desconfiar es de los humanos, somos miserables, a la misma densidad que mi ninfomanía. Tú y yo en eso nos parecemos: podemos llegar a conocer a las personas muy a fondo prontico. Tú ahora me dirás que no puedes vivir sin mí y todo lo que siempre los hombres de cincuenta les dicen a las jóvenes cuando se encaman, pero no lo creo, porque lo que sé sobre ti nadie lo podrá ni ver, y mucho menos, no podrás admitir de lo que eres capaz de hacer, ni lo depravado que puedes llegar a ser, soy un ángel a tu lado, ambos lo sabemos. Nadie sabrá qué es lo que verdaderamente mueve tu pasión por mantenerte oculto. Por eso te sientes según tú, devastado. O ¿no? Yo quiero ayudarte.

 Adquirió una agenda empaquetada fuertemente con cinta adhesiva. Qué es todo esto. Es una lista de los clientes que has tenido y que yo antes que tú los conocí primero y que por mí han llegado hasta ti. Muchos de ellos en ves de mejorar su vida la empeoraron porque tus razonamientos los hicieron ser adictos a algo. Deberías ir a buscarlos para que sepas lo buen doctor que has sido. ¿No te interesa? Qué estás diciendo. Eso, yo te he dado mucho trabajo, pacientes y he logrado hacerte sentir que eres indispensable. Dime sino; si esto no es genial. Del lado del nombre de las personas había una lista de personas con particulares descripciones y catalogadas no por apellidos, edad o enfermedad, sino por tipo de experiencia: dañina, en extremo perjudicial, o enmendable. ¿Desde cuándo planeaste esto? Si ni siquiera logran reconocerme.

Tu esposa me dejó en un congal para putas cuando tenía yo seis diciendo que había encontrado al hombre perfecto, o sea tú gafitas. Eres mi padrastro. Es o no increíble. Desde que les reconocí en un parque público. Te observé y me recordaste a esas palomas lastimadas que necesitan de especial cuidado y atención. Pregunté un poco por tu vida y como a las niñas como yo nada niegan pues conseguí todo sobre ti y he tenido tiempo de conocer y experimentar tanto  gente, como intereses. Qué ganas con todo esto. Comprobarte que no han hecho lo que han creído, que no son mejor que mi ninfomanía, es mas, es más digna ésta que ustedes. No les tengo sentimientos negativos, por el contrario, siento compasión; deben considerar como han siempre presumido en la sociedad de todo, tan absurdamente. No sabes aún quien soy yo después de todo lo que te he dicho. No te doy ningún tipo de recuerdo. La verdad que me sorprendes, como no lograste reconocer nada de mí, si me acompañaron ustedes ambos, juntos y perfumados cuando me dejaron en esa casa de citas. Frío, se levantó, salió del bar apresurado casi orinándose de nervios. Al llegar a su consultorio, rompió la puerta y desde la ventana logró observar a la abogada contestando su celular.