martes, 23 de julio de 2013

El gusto por la credibilidad (comienzo perpetuo)


Poesías; esas amabilidades inteligentes. Amaba tanto esa genuina estabilidad en la gente académica: unos buenos días, un no se preocupe, un está bien por ahora con esta documentación. Era absurdo por otra parte, darse cuenta que no estaba lejos de lograr su objetivo cuando por tanto tiempo había estado alejada de la libertad congruente, esa que amaba desde siempre, y que mejor aún, le había dado tanta compañía, credibilidad, seguridad: fortaleza. Lo único que reconocía  como garantía: podría en ella conocer gente que tendría todo en común con ella excepto su historia; su apacible hambre domesticada. Haberse convertido en una persona adulta y para colmo, llena de frustraciones  que lo encontraba igualmente fantasmal. Nada podría ser capaz de lastimar su juicio. Nada era nunca para tanto, aunque las lágrimas habían sido después de dos décadas sus silenciosas aliadas, las amigas que de algún modo tanto le habían estorbado; eran escrupulosas, taradas; siempre inconclusas. Podría de una vez enjaular con lumbre esas percepciones equívocas. Era su momento, su desdoblamiento, su penetración exitosa en plenitud;  con todo y el dolor que esto le generaba.
Era un ser humano el que de nuevo le había recordado que ella no pertenecía ya jamás a una historia convencional, pese a toda la incredulidad que la familia isómeramente se había dado a la tarea de hacerle eso creer. El destino le había jugado siempre limpio: con dolores inmensos habría comprendido que la autenticidad humana no era algo que la asombrara, sino  lo contrario, había en los seres humanos una falta de congruencia que por ello le parecían genéricamente hermoso. Bella era la mujer que caminaba cansada ante ella, el hombre adulto que olía a eso: a un ser vivido; atento a la sencillez en donde encontraba de verdad su fortaleza; las mujeres vulgares: jóvenes y llenas de maquillaje, y algunas excéntricas no eran repudiadas por ella, por el contrario, agradables por ser  predecibles: le recordaban el lugar donde había crecido entre desdichas y deliciosas comidas.

domingo, 14 de julio de 2013

Agosto acumulando hojas de otoño.

                                                                       Como camino yo/No sé si alguien hoy pueda igualarme/Como he llorado yo… Kany García.

Mientras más compadecía, más desolación encontraba. Maldita costumbre ésta de dialogar pensando siempre en ellos. Cuantas oportunidades ocuparán para ver la chispa de elocuencia que tanto la enorgullecía. Dejar de alimentar su perro, era eso una idea antiética, dejar que muriera como cuando la canoa esparcida en el lago llegó a aquella  montana tan silenciosa. Ellas, ellas que le permitían  llorar en las esquinas; encima de las hojas innumerables de ya siete otoños acumulados. Era extraordinaria su capacidad de volver a si misma con una enaltecida mentira de desparpajo. Tan fácil como dedicarse a una nueva disciplina física, tan sencillo como dormir plácidamente con segura devoción. No cabía ella en  tanta secreta majestuosidad, pues sabría  que si mostraba a favor, su don de transformar la muerte en vida, terminaría con el pésimo mal gusto de triunfar ante la vida con generando éxitos que sólo ella,  penetraba en ellos dándoles sentido: los éxitos no estaban relacionados al éxito ni  mucho menos, eran partidarios en esencia del sentido común.

    No podría ya compartir engaños, e igual consideraría de nuevo las posibilidades que la vida le presentaba con toda y sus refinadas, ocultas creencias por el pesimismo.  Podría contar como los soplidos infantiles ante unas velas en una torta lo que poseía en su vida: en donde había diálogos suplicantes de ternura; compasión quebrantada y dinero en su bolso: viejo, amado y sucio. Como podrían saberlo si ella convencida estaba de que les importaba; un carajo lo que hacia ella con su culo. Mucho menos sabían sobre  sus afectos; aislada poéticamente abandonada con sus secretos, con sus dolores, ate su belleza se rendía identificando perfectamente los momentos de peligro. Irónicamente  eran menos peligrosa la gente extraña que con los que aseguraban conocerla sólo por familiaridad, por anos de accidentado crecimiento a sus lados.